La música ha sido a lo largo de la historia de la humanidad, una expresión artística ligada al hemisferio emocional del ser humano. Ha contribuido a proveernos de pasiones, sentimientos, y también, se ha erigido en estandarte de cultura, y como no, de reprobación ante las agresiones externas que sufrimos como individuos. Por tanto, para muchos seres humanos, la música se ha convertido en un aliado para sobrellevar la existencia con dignidad; pero también, es un don cultural que traspasa las barreras más sólidas, frente a los aislacionismos provocados por la sociedad y sus bienes de consumo emocional. A nadie se le escapa que, en cierta medida, se ha convertido en un modelo de negocio, y que el marketing, al menos durante una época, fue la herramienta utilizada por las empresas discográficas mass media para cambiar los hábitos de consumo de las personas, incluso para canalizar sus demandas. En la década de los 80, la música se convirtió en un elemento esencial de encuentro con nuevos valores, basados en la libertad de elección, de búsqueda, y sobre todo, de capacidad ilusionante frente al aislacionismo insondable, y esa penumbra recalcitrante a la que estábamos sometidos. Fue la herramienta para despertar del sopor inclemente, para reivindicar el libre albedrio, para recobrar la ilusión, y, en definitiva, para disfrutar de su mágico sortilegio. Ese sentimiento colectivo, oculto y renacido, encontró en la música un vehículo ideal para encontrar un espacio donde, a base de notas musicales encadenadas, nos sentíamos reflejados. La música comenzó a tener un peso específico propio, un lugar privilegiado en nuestras vidas. Las canciones contienen estructuras musicales, pero también, letras cargadas de intencionalidad, que expresan ideas, sentimientos, valores. Con la transición democrática, aprendimos a encontrar nuestra identidad gracias a las canciones, y estas, se convirtieron en una cultura que transformó la vida de cientos de miles de personas. La oferta era escasa, y generalmente, delimitada a los hits radiofónicos del momento. Sin embargo, y de manera progresiva, fueron apareciendo nuevos artistas que aportaron su talento para que se gestara una gran explosión emocional. La música en vivo y en directo, comenzó a adquirir una dimensión diferente, y nos fuimos habituando a frecuentar estos espectáculos para alimentar nuestra inquietud musical.
Con el paso del tiempo, y el consabido progreso tecnológico, estos espectáculos se han ido transformado en shows cada vez más certeros, en los cuales el público encuentra no solo satisfacción, sino todo un sinnúmero de emociones de todo tipo, que acaban por enriquecernos y aportar felicidad a nuestras vidas. La magia más extraña y recóndita, posibilita que sobre un escenario ocurran toda una serie de acontecimientos sensoriales, que convierten la música en directo, en una experiencia gratificante. La afición por estos espectáculos ha ido creciendo con el paso del tiempo, y la oferta ha ido engordando de forma desmesurada, sin control racional ninguno. De manera, que el público se encuentra ante un escenario en el que la saturación de oferta es tan brutal, que acaba por enviar al aficionado directamente a la apatía, al cansancio, y al no poder procesar adecuadamente toda esa oferta a su disposición. Ha crecido también, el deseo de crear, de hacer música, y nuevos músicos ha ido apareciendo con el deseo inexcusable de llegar al público y de estar en la batalla por el éxito. Una suerte de laxitud se ha apoderado de los consumidores de música, abrumados por tanta oferta, que llega por todos los frentes como un vendaval imposible de controlar. Esto ha provocado por una parte una gran desorientación en el consumidor eventual, y como contrapartida, la formación de un criterio personal sólido y sensato, por parte de los aficionados más cáusticos. El soporte grabado se ha ido deteriorando, perdiendo su valor intrínseco frente a la tecnología de los stramings y las descargas gratuitas que algunos artistas facilitan a su público, con un deseo promocional legítimo, pero que ha acabado devaluando este soporte. La música On Line, también ha contribuido a divulgar la música, pero ha acotado espacio al CD. En consecuencia, el modelo de negocio de la música, basado en la venta de discos, está condenada a desaparecer. La apatía del consumidor a la hora de adquirir música grabada es manifiesta, y el acceso a las descargas ilegales, y el recurso de la red, no han hecho más que acrecentar este comportamiento.
En consecuencia, los espectáculos de directo, se han convertido en el recurso más sólido para los artistas, y como derivación, del público. ¿Pero la conducta del público revela verdaderamente un interés real del por sentir sensaciones en un concierto? En muchos casos sí. Desgraciadamente, cada vez más, compruebo como el público está inmerso en una laxitud preocupante frente a los directos, perdiendo el interés por aquello que ocurre sobre el escenario, dispersando su atención en banalidades que denigran la sensación emocional del espectáculo. Me explico. Por una parte, cada vez es más común comprobar como gran parte del público, ocupa parte del show en grabar el concierto, o tomar imágenes con sus teléfonos móviles, perdiendo parte de esa emocionalidad que se gesta durante una actuación en directo. Grabaciones que nunca se verán, y que generalmente, quedan olvidadas en la memoria del teléfono. Imágenes que formarán parte del álbum de imágenes olvidado, y de las cuales, una pequeña parte servirán para ser subidas a las redes sociales, como una prueba irrefutable de que hemos asistido al concierto, y quizás, por un ansia de postureo inconsciente. La pérdida de atención, es evidente. Pagar una entrada a un concierto para conversar con el de al lado, bromear, o disociarse de lo que ocurre en el escenario, es una burda muestra de incapacidad y criterio. En el año 2.011, el gobierno de turno aprobó la Ley Antitabaco, que prohíbe expresamente fumar en lugares públicos y recintos lúdicos cerrados. Esta ordenanza, ha provocado que muchos asistentes abandonen momentáneamente la sala para salir al exterior a fumar. Como consecuencia, se pierden parte del show. Algunos, hasta dos o tres veces durante las dos horas, que como media dura un show de estas características.
Un show en vivo es un desarrollo de acontecimientos, que se van sucediendo a lo largo de esas dos horas. Hay por tanto, una magia inexplicable que va surgiendo, y que se intensifica a cada minuto transcurrido. La emoción, va en crescendo a medida que evoluciona el repertorio y el saber hacer de los músicos, que van aportando con su genialidad, toda esa carga emotiva que se vive en un directo. Cuando sales del recinto, y vuelves a entrar, parte de esa magia se ha diluido hasta perderse. Se pierde también la trama lineal del show, los efectos de espectáculo, y se pierde a sí mismo, la integración en el desarrollo del espectáculo. Por último, es en esencia un desprecio al trabajo de los músicos. Un trabajo al que aportan muchas horas de ensayo, muchos años de práctica, muchos sentimientos vertidos en las canciones. Ese respeto inmaculado, que convertía al músico y al público en coetáneos de una misma ilusión, está empezando a perderse por este tipo de comportamientos, cada vez admitidos popularmente con más naturalidad. Puede que sean los daños colaterales del progreso tecnológico y de los comportamientos sociales. Pero en definitiva, la música es un arte que debemos estimar, querer y apreciar. Debemos de preservarla, respetarla y amarla, con la intensidad que se merece. Por qué en la música, están muchas de las respuestas que necesitamos para vivir dignamente. Por qué la música, es capaz de romper barreras. Es un lenguaje tan universal, que nos identifica como seres humanos, y faltarla al respeto, es una agravio imperdonable. Nadie está en disposición de augurar qué futuro le espera a la música, ni a los shows en directo, pero si perdemos el respeto a algo tan preciado, si no somos capaces de sentir en nuestro interior, esa emoción se experimenta cuando suenan los acordes de una canción, y no distinguimos esa sensación de grandeza emocional, estaremos definitivamente vacíos de contenido.
CHEMA GRANADOS