Primera aventura reportera en el pub Green, que recientemente se ha trasladado a la esquina de Santos Niños para ofrecernos un amplio y bien organizado espacio en el que celebrar futuras veladas musicales con las que seguir alimentando y enriqueciendo el abanico musical alcalaíno. Esta vez, tuve el honor de estrenarme en esta sala con una de nuestras bandas más inconfundibles y valoradas de la ciudad. Gizzard, la psicodélica banda que reaviva el proyecto dejado atrás, Back On, en la que los veteranos e inconfundibles Manuel Flecha, con su Fender Stratocaster y sus místicas voces, los teclados de nuestro querido “abuelo” Jose A. Valero y el timón de las cuatro cuerdas de Enrique Quintas, se unen al capitaneo rítmico de la batería de Ricardo Bermejo, consiguiendo que el legado ácido y tarantinesco se mantenga bien vivo gracias a sus siderales descargas. Venían presentando su último trabajo, “Unnatural”, que puede escucharse -casi en su totalidad, pues os quedará por descubrir un bonus track en el CD físico que, sin duda, no tiene desperdicio- y adquirirse en su espacio bandcamp. La audiencia no era la más típica o a la que ya está uno acostumbrado a rodearse cuando se acerca a disfrutar de un espectáculo de los mollejeros, ya que, suponiendo que la mayoría de ellos desconocían la inminencia del concierto, por allí podía verse pulular un sinfín de imberbes e incipientes “adultos”, más bien teenagers, ya que pocos pasarían de la recién estrenada veintena. Así pues, la panorámica mostraba un ambiente de mezcla intergeneracional, donde las barbitas lumpersexuales y los afeitados de goma de borrar típicos de esta generación hipster, reggaetonera, pseudorapera y demás normalizaciones uniformizante, se fundían con el disciplinado y fanático seguimiento de los que ya peinan canas, otros a los que la alopecia les ha ganado la partida genética o los que las arruguillas muestran el imparable y orgulloso paso del tiempo.
Y cuál sería mi sorpresa al comprobar lo equivocado que estaba al imaginar que se avecinaba la desbandada del siglo, creyendo que tras los primeros acordes, ese ejército de hormonas en revolución se levantaría indignada ante la presencia de tanto carca hippie y ante ese extraño sonido que no aparece en sus listas de Spotify, huyendo despavoridos como corderos que visualizan la entrada al matadero. Pero no, mis prejuicios se llevaron un gozoso zas, en toda la boca, cuando, tras el desarrollo paulatino de los temas descargados por nuestros astronautas musicales, la chavalería se iba empapando, contagiando e integrándo más en aquella entrópica fusión psicodélica. Pasadas las doce de la noche, las Perras Mollejeras, como les dio por presentarse esa noche, comenzaban su espectáculo con la progresiva ascensión de su “Out Of Time”, donde la espiral sonora del bajo de Enrique y la batería de Ricardo, van transportándonos hacia un vórtice en el que los efectos de los teclados de Jose y las distorsiones de la guitarra de Flecha nos marcaban el momento de despegue y nuestra consiguiente salida de órbita.
Una concatenación de piezas milimétricamente interpretadas, donde los pequeños errores perdían dicha condición ante semejante sobriedad embriagadora e iban haciendo cada vez más cálido y bailable el ambiente. Cortes más dinámicos como “Spiral Void” o “Infinite Fractal Swing” comenzaban a animar a los más jóvenes, respondiendo con sus agradecidos aplausos ante la sorpresa que estaban presenciando. Más allá del tarantiniano espíritu que emanan las estructuras de estos mollejeros, con las que fácilmente pueden familiarizarse gentes de todas las generaciones, fueron recursos técnicos como el virtuoso y no abusivo uso del trémolo de Flecha o los inusuales detalles rítmicos de Ricardo, que le encanta sacar sonido, por ejemplo, a la barra del charles, los que siempre despiertan una curiosidad inevitable en cortes como “Lonelly Call” o “Deville”. Y, como no podía ser de otra manera, en esta ciudad en la que, por fortuna, abundan los músicos que se apoyan mutuamente, allí teníamos a Miguel Ángel Marshall, el carismático frontman de los The Royal Flash, que se animó, sin pensárselo dos veces, cuando pidieron que alguien se hiciese con la pandereta para acompañarles en un par de cortes no pertenecientes a su último redondo, como fueron “Grime Song” o “Babe So Long”, lo que animó al público a unirse al palmeo de “Fucking Disease”, quizá alentados también por aquella instintiva reacción adolescente al escuchar “fucking”. Completaban la lista cortes más heterogéneos como el “Darkman” que nos transporta a las bandas sonoras de las series de acción setenteras, la contrastante “Divine Cactus” o la homónima “Unnatural”, llena de ritmos dispares y unos coros juguetones. Se despedían de nosotros con una versión de los Dead Kennedys , la perfectamente adaptada “Let’s Lynch The Landlord”, por si a alguno se les había olvidado el cariz humorístico y la pulla política que estos inmejorables psicomaestros siempre muestran. En resumen, otra magnífica velada en la que estos Gizzard siempre aseguran un concierto depurado y dignamente llevado a cabo y un ambiente generador de empatía y buen rollete, consiguiendo romper barreras de edad y monoteísmos musicales. Al menos yo, como bien me enseñaron los anuncios de natillas, os aseguro que repito.
TEXTO Y FOTOGRAFÍAS: DANI ÁLAMO.