Abrí el envoltorio plástico del Cd con una mezcla de emoción e interés, acaso evocando los recuerdos impresos en mi mente que guardaba de “Duelo”, cuyas canciones parecen aún rebotar allí, como luciérnagas imperecederas. Encontré la portada. La imagen pétrea de una mujer de mirada sobria, a la par que evocadora. Sostiene esa mirada implacable como un pulso provocador, imbatible. Su presencia, curiosamente, me recuerda a una activista de facción revolucionaria en un universo distópico. Tal vez, por el símbolo insólito serigrafiado en medio de su frente. No sé qué me voy a encontrar, aunque puedo preverlo.
Hay un latido antiguo dentro de mí. Desplegué entonces las tapas de cartulina para sacar el disco. Un tañido misterioso, remoto, marcando el compás, y la voz surgiendo progresivamente de la profundidad. Una sucesión de acordes envolventes, y luego, un riff poderoso, ecléctico. Sobrevuelan los versos como mariposas oscuras: “siempre he pensado que lo bueno de la vida llegará cuando saques esa espina” ¿La espina, es la vida? ¿O el cómputo de nuestras tristezas? No hay tiempo para pensar, solo para sentir. Ya estoy planeando sobre los acordes y los arreglos de cuerda. Es “La Espina” la canción que abre el álbum, la que le otorga nombre, y la que, quizás, atesora toda la esencia de este disco deslumbrante. Sentí un desdoblamiento.
Una suerte de emoción compacta. Tuve que seguir adelante, zambulléndome en el indómito torrente sonoro, dejándome arrastrar por el sortilegio de notas enrevesadas, trazas de luz, huecos de sombras y fuerza, mucha fuerza. El pulso se acelera; también, la convicción de que estoy dentro de un universo extraño, pero confortable. Hay fulgor, fuego y misterio. Un mundo creado para exponer sentimientos profundos, para airearlos sin recato alguno. “Ver Caer La belleza” me convierte en un caminante errante, atravesando los espacios polvorientos que marcan los riffs y la voz calmosa. “Somos el eco de aquellas noches / cuando todo valía, de aquellos días / en el que el tiempo no existía / y parece que nos va a faltar” cantan a dos voces, que finalmente, se empastan. Otros tiempos, otras vidas.
Empero, hay mucha fuerza turbulenta, como en “Sin Perdón”, que me absorbe y me hace engrandecer en medio de los cortes, los giros instrumentales y las sincopas. “Siempre a punto de enloquecer / siempre culpable por ansiar / y por ser lo que eres / sentir lo que debes / morirás sin morar tu propia piel”. Parece un flagrante desencanto del autor, pero aun, viéndome reflejado en esos versos, no pierdo la esperanza. Trato de mantener la calma y el corazón sometido, cuando los giros de las melodías me impulsan a descender por un vacío sorprendente, que, lejos de aterrarme, me resulta inspirador. ¿Dónde estoy? Me pregunto. ¿Qué país maravilloso han creado Annacrusa, donde habitar la calma de la vejez, el arrullo del alma y la fuerza del futuro? ¿Existe, o se trata solo de un conjuro imprevisto para desubicarme de mi mismo? ¡Qué más da! Me siento muy bien, y quiero seguir atravesando este paraje. Sigo avanzando, y llego a “Mal de Muchos” y “Trazo Delicado” recalando en “Destino” hermoso alegato de la belleza, energía turbulenta y paranoia. Quiero saltar, gritar, desdoblarme en un ser humano imposible, aferrándome a los acordes. “Se escapa, te agarras fuertes pero el / destino, no lo cambiarás! / marañas, barro y espinas, sal en la / herida, / y vuelta a empezar” Versos que impactan en el centro del alma. ¿No hay destino? ¿No hay esperanza? Incógnitas que van surgiéndome al paso, mientras me convierto en un corredor de fondo buscando la salida.
Pero no hay salida; hay permanencia. Hay que seguir por entre “La Dictadura Del Tiempo” cargada de emoción; “Desnudos”, enigmática, intimista. “En La sombra” inquietante, críptica. Mi viaje psicodélico parece no tener fin, pero la confortabilidad me hace olvidar quien soy, y el sentido de este viaje, que quizá me convierta en un anacoreta en el paraíso. “Cartas Desde El Asilo” me empuja hasta “Letanía” donde desfallezco henchido de placer, dejándome acariciar por la voz tersa y suave, agarrándome a los versos vibrantes “Grito sordo en espiral / recrear la rutina. / Reza su letanía” Aquí es donde me siento a degustar mi emoción. Aquí, en este punto, es donde comprendo que la música tiene un don transformador, un mágico nexo entre la vida y la pasión. Las notas, entrelazadas, me arrullan, me convierten en un espectro de libertad. Soy único. Soy grande. Y la música, me hizo libre, una vez más. Acaba mi viaje, y el conjunto de ritmos, voces, acordes, riffs, se desvanece para quedarse, otra vez, asida a mi memoria afectiva. Gracias, gracias, gracias…
PD. Acabo de llegar de mi viaje. Son Annacrusa, una suerte de rock propio. Si, rock propio. No sirven las etiquetas. Creo que soy otro. Creo que este disco, ha mejorado mi vida. No hace falta que me creáis, solo escuchadlo. Pero debéis ser conscientes de que vas a ir a un lugar, del que, quizá, no podréis volver. No querréis volver.
CHEMA GRANADOS