Más que espinas, puros sentimientos
Llegaron desde la República Independiente de Berriozar hasta el corazón mismo de la capital del reino. Los Bocanada, una de esas bandas de rock elementales y viscerales, descargaron todo el árido potencial de sus canciones, triunfaron, y se marcharon dejando tras de sí un recuerdo inquebrantable, para aquellos que les siguen con acervo desde su primer trabajo. Demostraron haber alcanzado la mayoría de edad, un directo portentoso, y una actitud que deja pasmado. Muchas dudas sembró su primer trabajo entre aquellos que pensaron que este era un grupo, que seguiría la estela de Marea por razones obvias, y que poco a poco, se iría diluyendo en la niebla del olvido. Sin embargo, aquellos que preconizaron esa supuesta infundada caducidad, hoy tendrán que rectificar sobre sus pasos, y asumir la perdurabilidad de Bocanada, porque “El Sino De La Herida”, su último trabajo discográfico, pone de manifiesto su valor intrínseco, su potencial, y explica meridianamente, porque una banda tiene carácter, agallas, y muchas cosas que contar. Sobre todo, esas historias afectivas y profundas, cargadas de intensidad y realismo, que se cuentan en el disco; y ese verso espinoso, sanguinolento y modelado, que componen el esqueleto de sus canciones. Todo esto, no es fruto de efímera casualidad, ni de amiguismos más o menos soslayados. Esto es pasión, expresión, una energía vitalista canalizada a través el rock, para dar forma, no solo las inquietudes humanas, sino algo que va mucho más allá, toda esa ardor existencial que se concentra en el corazón, que regurgita como bilis enfermiza, y que acaba por dinamitar los cojones.
Más allá de la hora de inicio prevista, y con la sala casi al completo, la banda compadeció en el escenario entre los acordes de “En El Voladero”, la canción que abre su último disco. De inmediato, una descarga de rock primario nos invadió como un azote. Esto es Bocanada. Una bocanada a pulmón abierto de aire sólido, cargado de humo de canuto, frescura y esperanza. Todo un vendaval de energía que estalló de súbito, con un Martín Romero inspirado y en estado de gracia, danzando de forma tribal, ocupando con su halo el escenario, mientras su voz engolada rompía el silencio impaciente de la sala. Seguidamente, atacaron con “En Cueros” de su segundo disco “Agua Y Barro” para continuar “Con Cuesta Arriba” de su primer disco “Caballos De Rienda Larga”. Tres canciones de tres discos diferentes, para dejar patente que todo su legado estaría presente en el repertorio. Y así fue, porque a continuación, desplegaron toda su artillería con abnegación, regalándonos un set list compuesto por veintiséis canciones de sus tres discos editados, en las que no faltaron canciones tan esenciales como “La Guadaña”, “Relincho De Libertad”, Aguantando El Chaparrón” “Cuando Se Extingan Las Cucarachas” o “Tu Nombre Se Escribe con Sangre”.
Tres trabajos, que les han colocado en la cresta de la ola a base de trabajo y de insistencia, en una labor de hormiguita, que poco a poco, les ha ido dando los beneficios del trabajo bien hecho, y sobre todo, el creer en un proyecto que nació con vocación de convertirse en una pasión irrefrenable cuanto antes. Un show de los que revitalizan la escena, con un Martin Romero entregado a una bacanal de energía tan insondable que intimida, y que no le deja parar un instante, que se desgarra la camiseta, que se narcotiza en su propio sudor, se mete entre el público, y que hace inútil de labor de los fotógrafos que tratan de captar una imagen estática suya. Los demás miembros de la banda a lo suyo, a derrochar potencia, a enervarse con el sonido bronco de la distorsión, entregándose al disfrute de una noche de rocanrol que puso la sala patas arriba. Para terminar, “Que Me Arranquen El Pellejo” y la traca final, “Campo A Través”, donde el público pareció entrar en un éxtasis libidinoso cargado de paganismo. Una noche delirante, una puta noche de rocanrol.
CHEMA GRANADOS