El pasado día 4 del presentes mes, tuvimos la ocasión de celebrar la sexta edición del Sancho Panza Rockfest. Un evento centrado en dar voz y visibilidad a las formaciones surgidas en la ciudad complutense. No es exquisito requisito el que las bandas estén compuestas, íntegramente, por ciudadanos censados, nuestro chovinismo no llega a tales extremos; pero sí, que, al menos, las bandas muestren estar emparentados de alguna manera con la ciudad, no ya del ilustre Quijote, del que tanto se aprovecha y sobreexplota su figura, sino de la figura que mejor podría representar el estrepitoso fiasco al que la vuelta a la cordura sumió al escudero cuando se dio cuenta de que su ínsula jamás sería conquistada. Y así es, ya que esto de alimentar la contracultura, siempre traerá tas de sí el revivir simultáneamente el espíritu quijotesco y sanchopancista. Tan pronto el demente espíritu soñador nos conduce a toparnos contra gigantes e inmóviles instituciones que sólo son circulares molinos de endogámicos intercambios de las mismas inútiles caras del poder, como que, al estilo del fiel escudero, la demencia se contagia haciéndonos soportes de la resistencia contra aquellos que se oponen al cumplimiento de los sueños, llevándonos palos, prohibiciones, manipulaciones, engaños y un sinfín de desprecios que atestiguan que, pese al paso del tiempo, la necesidad de luchar contra corriente sigue impregnando la vida de unas contraculturas que continúan encarnando, sin que nos demos cuenta, el carácter rockero que ya poseerían nuestros más queridos familiares literarios.
Y sin empalagar demasiado estas palabras con discursos poéticos, me basta con remitirme a los hechos para que comprendáis por qué he preferido no dejarme llevar por la llama de la indignación. El evento, programado para las 21 h. de la noche, tuvo que comenzar con retraso, como todo evento organizado en un hay-untamiento donde ondee la insignia del ignominioso albatros que, por intrínseca naturaleza, hay retraso en todos sus aspectos vitales. El motivo, respetar la obra que se estaba representando en el Corral de Comedias. ¿Comprensible? Desde luego; y totalmente respetable. Sin embargo, sabiendo que ello implicaría la imposibilidad de realizar las pruebas de sonido y que el festival se iba a cortar en su última actuación… la cosa cambia. Así pues, con más de una hora de retraso, los organizadores, tanto la asociación Otra Forma de Moverte, como el equipo técnico de Colosound, tuvieron que hacer filigranas para llevar a buen rumbo este festival.
La noche la abrían Ankaä, una banda madrileña que integra a dos miembros alcalaínos, Fabian al bajo y el guitarrista Adrián. Si alguien pensaba que, de acuerdo con el eterna concepción de que “Alcalá es un pueblo”, la cosa iba a comenzar a graduarse del pasodoble a la caña dura, no hubo más que comprobar que esta joven formación estaba dispuesta a inaugurar el festival cargados de decibelios. Capitaneados por un disciplinado Jose a la batería, descargaron su metal melódico con un respetable ahínco, dadas las dificultades técnicas que siempre implica ser quien abre la veda. Ritmos de un clásico heavy de regusto europeo y noventero, con una marcada presencia de su vocalista, Almudena, que demostró tener madera de liderazgo y unas más que respetables dotes vocales, jugando con distintos registros. La otra sorpresa la ponía el keytar de Santi, esos guitarra-teclado a los que, al menos quien escribe, no estamos muy acostumbrados a ver sobre las tablas. Cerca de una hora de una buena variedad de ritmos y regustos técnicos, pero que, por otra parte, no fueron lo suficientemente bien llevados como para no percibir que estábamos ante una banda de reciente formación, a la que aún le falta rodaje para ofrecer un directo bien pulido. Esperemos que pronto desarrollen todo su potencial. La siguiente muestra traía a la mente otra reminiscencia cervantina, ya que, Erik La Chapelle, el guitarrista y vocalista californiano que lleva ya unos cuantos años afincado en nuestra ciudad, esta vez acompañado por Javi Jiménez, baterista de los también alcalaínos Ruta 57, iban a amenizar los siempre engorrosos momentos de transición entre bandas. Así pues, a lo largo de todo el festival, pudimos disfrutar de su rock folklórico, cargado de su esencia estadounidense y ese gusto por el aparataje psicodélico que tanto honor hace su autodenominado cosmic folk. Ritmos amenos, enérgicos y originales, juegos de voces llamativas y un nosequé buenrollista que que hicieron de estos entremeses, un recurso más que apreciable. Los siguientes en subirse a la palestra fueron el dúo Hunters, compuesto por los venezolanos alcalinizados, Mahuricio Araque a la voz y las guitarras y Josemaría Marrero al bajo. Una propuesta con ciertos toques bizarros y surrealistas, donde la emotividad ambiental del folk post-punk contrastaba con las sarcásticas bandoleras de sus guitarras, con el mesías cristiano engalanando la acústica de Mahuricio y la ilustre Hello Kitty haciendo lo propio con el bajo de Josemaría. Una propuesta que, sin duda, dará más de qué hablar cuando consigan encontrar un baterista que rellene su descarga, ya que, todo deba ser dicho, dada la excesiva prolongación de esta propuesta tan ralentizada y carente del inmenso trabajo rítmico que te aporta una batería, acabó convirtiendo la actuación en algo demasiado lineal. Así que, esperemos que pronto podamos volver a verles como trío.
Cerca de la medianoche, bajo una brillante luna menguante que no conseguía quitarnos de la cabeza el calor que estaba cociendo hasta la suela de nuestras zapatillas, la plaza de la capilla comenzaba a llenarse de un público cada vez más variopinto, donde podíamos ver grupos de niños jugueteando y bailando como dulces pitufos endemoniados, así como padres compartiendo sonrisas y esa indescriptible emoción del espectáculo directo, asegurando nuevos adeptos para las futuras generaciones. Llegaba el turno de uno de los platos fuertes de la noche, ya que, los jovencísimos The Royal Flash, ya sea porque están terminando por casa con su Physical Tour, ya porque les apetece tocar en cualquier evento que les propongan, siempre consiguen que su presencia no quede desapercibida. Somos cada vez más “paisanos y forasteros” los que disfrutamos con el buen hacer sobre las tablas de esta joven pero sólida formación. Esa mezcla entre la frescura rítmica con los matices estructurales clásicos, aseguran que su sonido ofrezca siempre una descarga jovial, vital y totalmente enemiga de la quietud. Así pues, pequeños y mayores disfrutamos de una de las descargas más destacadas y valoradas de la noche. Tras su actuación, reparto de camisetas de la gira entre sus ya fieles seguidores y los nuevos sorprendidos y otra descarga de Erik, que mantenía caldeado el ambiente mientras se preparaban los alcarreños Verela. Desde 2012 llevan realizando su suave y bailongo rock, con sus más característicos pilares entre la melodía y estructura compositiva pop-rock y el gusto por la reproducción de su descarga metódica y bien destilada. El gusto por los complementos de distorsión en las guitarras de Monty, la regia y rica batería de Pereira y la inocente y cercana presencia de Chuso Moya, vocalista y guitarra rítmica, se combinaban con el carismático carácter del uruguayo Wash Herrera, todo un hacha a las cuatro cuerdas, que no paró de moverse y descargar adrenalina, mientras fumaba tan campante y convertía el objetivo de sacarle una instantánea bien nítida, toda una tarea imposible.
Y llegaba el turno de los cabezas de cartel. Los madrileños We All Fall, toda una apuesta de rigor al volver a traer una de las bandas con mejor nombre y pegada de la actual escena del metal extremo nacional. Una banda que guarda un buen recuerdo de nuestra ciudad, primero por su vocalista, Víctor Prieto, que cursó aquí sus estudios universitarios -con el buen recuerdo que ello siempre debería implicar-; y segundo por la experiencia de su visita a la sala Ego, de la cual me aseguraron haberse sentido muy bien acogidos y contentos por la actuación. El caso es que no pudieron revivir semejante sensación, ya que, dado que su concierto comenzó cuando el evento estaba programado haber acabado, a eso de la una de la madrugada, nuestras ilustres fuerzas del orden y los malexterminados que siguen gobernando nuestra alcaldía, decidieron que esa panda de grunchos, melenudos, guarros y demás molestas cucarachas heterodoxas, ya habían tenido ración suficiente de libertad y placer y cortaron su descarga cuando apenas llevaban cinco temas. Una auténtica pena añadida a la decadente situación que veía avecinarse con la espantada general de un público que, tras los primeros acordes de las guitarras de Iván Cheka y el temporal sustituto Alberto Ortega (del cual debo señalar que le vi mucho más suelto, entregado y enérgico que la última vez que tuve ocasión de verles en la We Rock), comenzó a vaciar la plaza de la capilla. Qué decir del martilleante y demencial trabajo de la batería de Rodrigo De Lucas y de la carismática presencia del bajista Natxo Rodríguez, me faltan las palabras para elogiar su trabajo en directo y razones para poder compensar la sensación que semejante desfalco antidemocrático dejó en mis adentros. Avergonzados e indignados, pero también acostumbrados a tanta desfachatez, los alcalaínos tragamos la mierda a la que ya nos tienen familiarizados y apenas un par de voces críticas aclamaron la injusta actuación represora de las fuerzas del orden. Una auténtica pena que ensució la imagen y el duro trabajo llevado a cabo para ofrecernos un festival digno de mención. Otra desilusión más que nos hace darnos cuenta de hasta qué punto nos hallamos sumidos en el papel de Sancho Panza, ciegos soñadores contagiados del demencial idealismo del Caballero de la Ilustre Figura, pero que, lejos de mermar nuestro espíritu de conquistas y aventuras, nos empuja, con cada punzada en el corazón, a seguir persistiendo en nuestro deseo de conquistar nuevas ínsulas. Sólo me queda apelar a que nunca olvidemos una de las más ilustres lecciones que nos legó Cervantes en su inmejorable obra: Confía en el tiempo, que suele dar dulces salidas a muchas amargas dificultades.
TEXTO Y FOTOGRAFÍAS: DANI ÁLAMO