Risoterapia existencial.
Juan Abarca es uno de los pocos maestros de la reflexión que conjugan, quizá sin saberlo, a tres de las filosofías más importantes, al menos para la mente de quien escribe, de nuestra cultura contemporánea. En este músico y poeta del absurdo, podemos ver aunadas, primero, la demanda camusiana del enfrentamiento ante el absurdo; el absurdo de una condición humana irrisoria, con la que sólo el sarcasmo y la automofa podrían hacer soportar el sopor de su ridícula existencia. Al igual que el reclamo de la malagueña María Zambrano, con aquello de la razón poética, esa idea de transmitir la esencia del sentir y existir humano a través de una reflexión filosófica que no es frío ensayo, ni ese poema vomitivamente anclado en la adoración de la belleza. Y, como no podría ser de otro modo, el innegable legado de Nietzsche, que dejó para la posteridad aquello de que la vida sin música, sería un error. Y precisamente por todo lo que abarca la sabiduría de este madrileño trovador, el pasado jueves, un buen número de alcalaínos pudimos ser testigos privilegiados de una de estas sintéticas muestras de filosofía musicada o música filosófica, como se prefiera, donde nos ofrece una mezcla sonora que hace un fiel repaso a su ya dilatada carrera. Así, junto con la presentación de su disco -y formato- solitario, homónimo, titulado La Caja de Nada, donde además de las ya de sobra conocidas capacidades de juegos lingüísticos, nos deleita con un sorprendente dominio de la guitarra española, acercándose a esa tendencia del fingerstyle, donde se exprimen las posibilidades fónicas de las seis cuerdas para aunar juegos melódicos con estructuras rítmicas; nos ofrece piezas de sus paralelos proyectos Mamá Ladilla y Engendro, seleccionando aquellos cortes que mejor cuadran en este formato.
De nuevo, una sala Ego engalanada con sus sillas como si de un monólogo se tratase, y con una respetable audiencia para tratarse del poco hábito complutense a los directos entre semana -pese a aquellos que conciban el juernes como el comienzo del fin de semana-, comenzaba un cálido y familiar repertorio en el que no faltaron las risas, los coreos de sus temas más laureados, así como el asombro ante nuevos temas que muchos desconocíamos. Tras anunciar su tarea de “cantar unos cantables”, “Carencias” se presentaba como uno de esos cortes desconocidos, que ya hicieron calentar los abdominales y las comisuras de nuestras bocas, para asistir al primer momento absurdo de la noche, pues se le trabó inesperadamente su “Estaba el Majara”. Pero, una vez superada la tensión de este inaudito momento, se sucedieron un sinfín de piezas de su repertorio solitario y de Engendro, como “Te Azotan”, “Starbucks”, “Llurrili Gomí”, “Lumbares”, “La Chapuza”, “La Misa Negra”, hasta uno de los momentos más extraños de su repertorio, esa especie de monólogo surrealista, apologético por excelencia del buen cuidado del cuerpo humano, como es “Échame un Capote Truman”. Aparecían en escena, también, temas de Mamá Ladilla, como “Melodías Imposibles” -sublime composición, todo sea dicho- o “Palabras de Amor”, hasta hacer una parada con “El Cimerio de los Chichos”, donde nos explicó el curioso origen de esta canción. Tras otros coreados temas como “Alfonso Ussía”, “Se Nos Rompió el Condón”, “La Bruja Se Avería” o “Quince Gallos”, donde quedó patente nuestro gusto por la escatología zoofílica, llegaba el momento de tomar un respiro y darnos a conocer otra de sus joyas compositivas. Sacó a la palestra su Diccionario Jeroglífico, un inmejorable compendio de juegos del lenguaje de obligada lectura en la que encontraremos definiciones como: “Abastecer: enseñar a los niños a eructar y rascarse el culo en público”. Seguidamente, otro buen número de exabruptos lingüísticos de Engendro en sus formatos mix, como el “Rey Mix” y “Llorones Mix”, para terminar deleitándonos con un par de poemas de puño propio, con el que culminó la noche con un destructivo alegato contra la violencia estructural ejercida durante tantos años y siglos por todos los enemigos de la libertad, desde los sodomitas quema-libros y revienta culos y vidas de tantos monaguillos, hasta los más recientes australopitecos que dirigen nuestro des-gobierno y celebran sus dotes democráticas imponiéndonos la mordaza. Sin duda, una soberbia muestra de que no hace falta asistir a un concierto tradicional, con sus instrumentos eléctricos y sus amplificadores repletos de overdrive, para comprobar que no hay mayor manera de amplificar y electrificar las voces y las conciencias de librepensadores comprometidos con la cultura y la dignidad humana, como a través de esta poética música del absurdo. En resumen, katharsis de humor y amor, contra sus pútridos crucifijos y mordazas.
TEXTO Y REPORTAJE GRÁFICO: DANI ÁLAMO.