Ser músico de rock en un escenario social como el presente se convierte en una labor valerosa. Los años van pasando sucesivamente, a veces de forma cíclica, sin que se perciba avance sustancial en la carrera por el éxito. Muchos músicos comienzan a sentir que sus expectativas iniciales se comienzan a resquebrajar, y la desilusión se apodera de ellos. Aún así, continúan aferrados a su música, gracias a la pasión irrefrenable que sienten por una forma de expresión artística de modesto calado en la sociedad. Cuando esto sucede, en su fuero interno tratan de encontrar los aspectos más oscuros, tratan de identificar aquellos escollos que impiden su éxito, o cuando menos, la divulgación efectiva de su obra musical. Debido a este ejercicio reflexivo, a menudo llegan a conclusiones subjetivas sobre su situación en base a su experiencia, y también, a ideas más o menos difusas, que muchas veces no son del todo realistas. Bien es sabido que en el mundo de la música la suerte juega un papel primordial; que es un mundo abstracto y radicalmente injusto que no suele repartir de manera equitativa las porciones de reconocimiento con acierto, y que la lucha es fratricida. La constancia es un arma importante para mantenerse a flote. La ilusión también, y un sentimiento férreo de creer en el proyecto. Pero estos sentimientos no son suficientes cuando se han trazado previamente objetivos concretos, y se ha confeccionado una hoja de ruta para llegar a lo más alto. Desde mi humilde punto de vista, hay ciertos aspectos que contribuyen negativamente la salud emocional de un músico de rock, y que contribuyen a socavar estos objetivos, cuando la ambición se apodera de la conciencia del músico.
El yugo del virtuosismo
A lo largo de veinte años o más de actividad en la escena rock de este país, me he encontrado en mi camino con músicos geniales dotados de gran talento, ignorados y desconocidos para el gran público, y que atesoran en su interior una valiosa creatividad. Sufren descarnadamente el azote de la incomprensión, y se sienten víctimas de un silencio que coarta en ocasiones su expresividad. Son esclavos del virtuosismo, y cada día luchan por mejorar, por ser técnicamente perfectos. Estudian a fondo, compran los mejores instrumentos y artilugios para obtener un sonido esplendoroso. Se desviven por encontrar la escala perfecta, el solo más veloz y complicado, los ligados más vertiginosos. Algunos entran en un éxtasis competitivo tan contumaz, que puede resultar pernicioso. Sobre todo cuando contemplan cuando otros, con menos, han conseguido llegar mucho más lejos. Es encomiable este espíritu de superación, siempre y cuando nos se convierta en un yugo, en una carga emocional tan pesada, que acabe por hundirle en la desesperación. La música es un arte extraño. Menos a veces es más. El público puede llegar a admirar a un virtuoso, pero también, se apasiona con los que son capaces de transmitir y establecer una comunicación directa y sin tanto oropel técnico. Escalas sencillas, cargadas de feeling, de autenticidad y sencillez, a veces, son más impactantes para el público que ese malabarismo técnico que, muchas veces, no llegan a entender objetivamente. Por eso, lo importante es establecer esa comunicación mágica y extraña con el público; esa comunión de sentimientos que acaba por enlazarnos. No estoy valorando la mediocridad por encima de la virtud estilística, sino la manera de encontrar ese equilibrio, en el que una canción sea capaz de impactar al que escucha. Es el público el receptor final de su arte, y el será el que apoye, sienta, y haga suyas sus canciones.
El músico que sueña con ser una rock star
El éxito y el triunfo nos seducen a todos aquellos que nos dedicamos a escribir canciones e interpretarlas. Para que negarlo. Es una satisfacción emocional invalorable escuchar como el público canta tus canciones, como las hace suyas, y ese agradecimiento sobrevenido de quien te admira por ello. Los músicos son humanos, y por tanto, los egos y las veleidades les acosan también. Y los sentimientos, y las emociones, claro está. Pero si se toca solo para ser una rock star, será una autentica equivocación. Esa ansiedad por el éxito limitará su creatividad. Anulará los aspectos más creativos, y se convertirá a la postre en una rémora. Hay que hacer canciones con el alma. Hay que dejar que el interior fluya, que encuentre la manera de transformarse en algo inanimado, en algo real. Lo demás, llegará si tiene que llegar. En ocasiones, llega de forma insólita. O nunca llega. Pero una canción, una buena canción, perdurará al paso del tiempo. Los fastos de la fama no son tan agradables, ni todo el mundo sabe cómo controlar esas emociones. Hacer canciones sinceras y sentidas, es la mejor manera de disfrutar de la música.
Apoyo institucional y saturación de bandas.
Muchos músicos se quejan de poco apoyo institucional, y de la poca o ninguna atención de los medios de comunicación oficialistas, y por tanto, creen que sus carreras no avanzan debido a ello. Tienen razón en este punto. No hay apoyo institucional. Pero un músico no debería plantearse su carrera y su producción musical sobre la base de ese apoyo. Debe de crear, de componer libremente sin presiones. El apoyo de los medios es subjetivo y está sujeto a intereses comerciales y no culturales. Siempre ha sido así, y lo será hasta el fin de la humanidad. Quien más tenga más se hará oír. Quien más dinero invierta en su promoción llegará a más gente. Si analizamos detalladamente la historia del rock y la biografía de las grandes bandas que han llegado al éxito mundial reconocido, podremos comprobar las vicisitudes, el sufrimiento, y el esfuerzo que han tenido que soportar para llegar a donde están sin apoyo ninguno. Por tanto, el éxito se alcanza en una fusión de muchos ingredientes, entre los que puede haber incluso algunos malintencionados con tal de llegar. John Lennon escribió en sus memorias: “…Para llegar al éxito en el mundo de la música hay ser un verdadero hijo de puta, y los Beatles, han sido los mayores hijos de puta de la tierra…” Trabajo, humildad, esfuerzo e ilusión pueden llegar a ser muy efectivos. Al menos, si no le llega el éxito, al músico le quedará el orgullo de haber creado una obra musical propia, que nunca morirá, que le ha aportado como ser humano emoción y felicidad. Y el orgullo de haber creado una obra artística que puede mejorar la vida de muchas personas. Para muchos músicos ese es suficiente pago, aunque para otros, no pueda serlo.
En un espacio tan pequeño como la escena rock de nuestro país, saturado por cientos de bandas que pugnan por abrirse paso, hacerse oír es una labor espartana. Querer negar esa realidad es estrellarse contra un muro. El público no puede ser selectivo entre ese desbarajuste de propuestas. Y lo que es peor, no podrá seguir a todas ellas, por muy buenas bandas que sean. Es imposible. Solo las buenas canciones son capaces de aupar a sus autores. Hay canciones que serán eternas, por más tiempo que pase. Una buena canción es capaz de romper todas las barreras. ¿Y que es una buena canción? Eso, lo decide el público. Es el que convierte tu canción en un himno. La historia del rock está plagada de canciones que se han convertido en referencias emocionales, y que por supuesto, han aupado a sus autores a la celebridad.
Cambio de las costumbres sociales y declive de la cultura
La música es una arte que traspasa las fronteras del hermetismo. Está en todos lados. No es como una obra pictórica o una escultura que se exponen en un museo. La música está en la calle, en la vida cotidiana, nos acompaña cada mañana. En otros tiempos, la música se convirtió en referente social de muchas generaciones, ha abanderado movimientos culturales, ha sido parte de la historia social de la humanidad. Las costumbres sociales de la gente han cambiado considerablemente, y se han ido transmutando con el paso de los siglos sustancialmente. Hoy en día es evidente que esa transformación ha derivado en un interés menos pasional por la música en favor de la tecnología, el consumo de ocio prefabricado, y otra forma de vivir la vida. La música, y el rock, son cultura, y la cultura está en declive porque a los gobiernos actuales les interesan más los ciudadanos acomodaticios y bien sometidos. La cultura expande el alma, el pensamiento libre, la esperanza. Por tanto, el músico se ha convertido en una figura insólita dentro de ese ordenamiento social, al que no se le atribuye un mérito de primer orden, sino que se le asocia más a la afición que a una labor sustantivamente cultural.
Análisis final
Acabado este análisis, que puede tener connotaciones funestas, no queda más que seguir trabajando por encontrar el modo de aunar creatividad con realidad. Nunca ha sido sencillo ser músico de rock. Ni siquiera en los tiempos dorados de la década de los 80 tan rememorados. Como toda labor artística, conlleva una travesía por el desierto, una lucha constante por superarse, por encontrar en los sentimientos el apoyo y el consuelo, en disfrutar con el trabajo y en mantener viva la llama de la ilusión. Hay que ser capaz de disfrutar de los pequeños tragos que ofrece la labor. Los momentos sobre un escenario, la comunión con el público, la creación de las canciones que nos harán mejores seres humanos, y la satisfacción propia de haber sido capaces de comunicarnos con los demás a través de una maravillosa melodía o un riff destructor. La expresividad, es un bálsamo que cura todas las heridas. Lo demás, llegará si ha de llegar. Y si no, quedarán sobre la tierra, aquellas canciones que nos hicieron ser lo que somos. Sin rémoras ni yugos.
CHEMA GRANADOS