Los incansables promotores de la Sala Ego no dejan de sorprendernos. Si bien es verdad que a menudo nos visitan bandas internacionales que, pese a la falta de fama en nuestras tierras, nos demuestran ser unos fenómenos sobre el escenario, esta vez no hacía falta dejar el pabellón auditivo bien preparado para analizar una escucha desconocida. Vinila von Bismark se anuncia por sí misma, no fue necesaria, ni mucho menos, esa previa difusión casi asfixiante a la que, a menudo, es necesario recurrir para traer de los pelos a los alcalaínos a disfrutar de eventos de nivel. Las redes sociales ardían una semana antes del evento y las respuestas a esas supuestas presencias que a menudo difuminan la real expectativa de asistencia, fueron totalmente satisfechas. Un lleno hasta la bandera para disfrutar del espectáculo burlesco de esta soberbia -en el mejor de los sentidos- granadina y sus inmejorables compañeros de faena. Como era de esperar, la sala presentó un estrambótico y explosivo lleno, donde pudimos destacar la presencia de una gran oleada de jóvenes acólitos que, enfundados en su estética pin-up y rockabilly (féminas y varones respectivamente) y metafísicamente armados con la más firme de las reverencias, la más férrea de las necesidades de presencia física y, sobre todo, esa incansable y frenética entrega cuasi fanática, demostraron que la pasión por las grandes figuras del panorama nacional no tienen nada que envidiarle a los fenómenos de masas llegados allende nuestras fronteras. Y doy fe de su acérrima entrega y pasión, ya que, en ocasiones, los fotógrafos no nos damos cuenta de cuánto podemos llegar a incordiar a la visión de los respetables asistentes. Fue, sin duda, una de esas batallas entre sudores, codazos y empujones, con la que armarse de paciencia y disculpas y muchísimo talante dialogante con los que evitar ser apaleado por las hordas de fieles defensores de la cabaretera granadina.
Y, como en las grandes ocasiones -aunque también, a mi juicio, debiera darse en las pequeñas o no menos grandes-, Vinilia y sus compinches traían consigo un pequeño aperitivo con el que ir abriendo boca. Fue el turno de uno de los amigos de Vinila, Henry Lee Smith. Este peculiar amante del espíritu western y de toda la esencia espectacular del country –folk’n’roll, como él mismo lo denomina-, ataviado con su guitarra acústica, su sombrero texano y una de esas camisas que tanto adora Lemmy Kilmister, nos dejó un sinestésico sabor de boca, ya que su espectáculo mezclaba la energía y el imparable ritmo del country más bailongo, con la desternillante e irónica esencia burlesca de su puesta en escena, llena de expresiones faciales y corporales, como sus bailes de pies o su incitación constante a la atención y participación del público. Junto a él, las luces se reforzaban con la prístina y deslumbrante presencia de la angelical y dulce voz -y el acompañamiento rítmico con su pandereta- de Leyre Aranda, una joven navarra que viene a Madrid dispuesta a comerse los escenarios. Así, con esta particular dupla, descargaron siete cortes llenos de vitalidad y buenas energías. Cortes como “Nomad”, “If You Guide Me, I Will Follow”, “The Summer Demons of HL” o “I Am The Black Seep”. Temas con cierta linealidad, dado el estilo destilado, algunos más melódicos y otros bajo la esquizofrénica velocidad del country más demencial, como pudieron ser “Not In The Mood For Love” o “Born In The Wrong Country”. Finalmente, “A Monster, A Devil”, suponía el último pase antes de la ansiada presencia por venir.
Así que, sin apenas tiempo para el cigarrito de descanso, subían a la palestra cuatro grandes músicos, bien conocidos por sus proyectos principales con otras formaciones. El bajo no era otro que el ya familiar Javier Geras, un bajista de la vieja escuela del jazz y funk, que colabora en diversos proyectos como el multicultural grupo Sinouj o Cosmosoul; y que retomaba la presencia conjunta con Vinila, dada la amistad que les une tras su coincidencia en Krakovia. Las seis cuerdas corrieron a cargo del genial Pere Mallén un sobrio y exquisito guitarrista, al que ya pudimos comprobar sus virtudes acompañando al fuera-de-serie Julián Maeso. Los teclados estuvieron capitaneados por Juan Carlos Ontoria, al que no debemos confundir con el politicucho “socialista”, sino que se trata del teclista de la formación Laredo. Y, finalmente, el dueño de las baquetas, que no era otro que Carlos Sosa, que, personalmente, me sorprendió ver el cambio de registro que ha presentado siempre en Fuel Fandango, para amoldarse a la variada amalgama de ritmos que pasaremos a relatar. Así pues, con este póker de ases a la espalda, el espectáculo comenzaba con una muestra instrumental con “Buzzaw Twist”, donde algunos ya dábamos con la mandíbula en la espalda de nuestro compañero de espacio -pues ya digo, que ni había espacio para que las bocas cayesen al suelo-. Entonces, Vinila entraba en escena con “Snake”, corte de su A Place With No Name, el redondo que viene presentando desde el reciente lanzamiento del mes pasado. Un oscuro y atmosférico tema, en el que el sensualismo de la cabaretera dominaba todos los focos, con su erótica preformance, llena de expresiones faciales y envolventes y sinuosos movimientos. Igualmente, su vestimenta de maliciosa dama hacía presagiar un inquietante cambio estético, que no tardaría en manifestarse. Continuó la descarga con dos cortes muy rockabilly, donde la inicial y oscura psicodelia, daba paso a ritmos bailones, con un cierto sabor árabe en cada uno de los acordes. Así, “Teddy B” y “Habibi Twist” nos trasladaron igualmente al patio andaluz como al mundo del burlesque estadounidense. Llegó el momento de volver a descender los decibelios con la homónima “A Place With No Name” y, mientras Vinila se iba despojando de su gabán purpúreo y su conjuntado sombrero, dejando que su pecho descubriera un sensual juego lumínico con su destellante conjunto, fueron cayendo cortes que reforzaron esa esencia árabe, pues tras los acordes de “Daddy Lolo” y “Ali Baba” -donde pudimos ver a la cantante empuñar sus siempre llamativos crótalos-, la cantante hizo la necesaria pausa que nos permitiese tomar un respiro, aludiendo a su querida y siempre presente sangre granaína, despejando, de esa manera toda duda de si el que escribe está obsesionado con los ritmos árabes o era bien cierta la sensación sonora que defiendo.
Con el siguiente corte, los ritmos swing y rock’n’roll que ya habían dejado entreverse en la anterior descarga, se reforzaron con “Shooba Dooba Dooba” y “Beat Girl”, cortes en los que la esencia estadounidense de los 50, permitieron demostrar las dotes armónicas de Pere Mallén a las cuerdas y la contundencia y pasión volcada por las baquetas de Carlos Sosa. Tras un nuevo parón y cambio de vestuario, donde Vinila salió al escenario con un amarillenta rebeca y unos suculentos shorts, la descarga se reanudó con una de las piezas con mayor sabor a siglo XXI, con ciertos toques de rock-indie, como demostraron los acordes de “Do The Clam” y, principalmente, “Electrify”, que permitieron el mayor despliegue gestual de Vinila. Pero se veía que la pobre granadina estaba generando demasiado calor, así que se despojó de su rebeca para dejarnos ver uno de esos sujetadores-conjunto, donde, aparte de elevar los grados de la sala a registros inauditos, sirvió para gestar el mayor derroche de sensualidad y seducción en los movimientos de nuestra protagonista, como los acercamientos al público y ese pie de micro por el cual muchos -y muchas- hubieran dado todo por convertirse momentáneamente en él y poder sentir el calor de la granadina entre sus piernas. Pero no todo era erotismo, tras estos espectaculares encantos, la sublime banda interpretaba “Rocket In Your Pocket”, otro de los temas más contundentes y eléctricos, otorgándoles un toque psicobilly y hasta punkarra, donde el contraste lo pusieron los teclados bluseros de Juan Carlos Ontoria. Llegaba el momento de la pseudo-despedida, donde la demencial demanda de bises no se hizo esperar, ni mucho menos. Así pues, volvían sobre las tablas para deleitarnos con los tres temas finales. Con “Feel Like A Man”, además de dedicarnos ese corte cincuentero, también nos dedicó una sarcástica e irónica alusión a todos los “machotes” varones. Tras este bailongo corte, vendría la versión del clásico “Bésame Mucho”, para el cual Vinila no dudó en materializar el deseo versado en las letras y se animó a descender del escenario y repartir besos entre sus firmes seguidores. Finalmente, ponían la guinda a este irresistible y más que delicioso pastel con “I’ve Got My Eyes On You”, el corte de mayor peso del rock sureño, más ochentero, sin duda, que el resto de cortes, el cual sirvió, de paso, como despliegue técnico de sus acompañantes, gracias al empalme con el recurso instrumental, tras la despedida de Vinila, con el que nos dirían ese trágico adiós que le genera uno el saber que lo bueno se acaba. Así, tal cual como empezaron, estos cuatro hachas se despidieron con “Have Some Boogaloo”. En resumen, otra divertida, apasionante y envidiable velada de arte de primera categoría en una sala que, con creces, cada día va demostrando que nos sobran los motivos para estar orgullosos de encontrarnos en esta ciudad. Un encomiable trabajo de quienes conforman el mundo del Ego-Live, que se vio compensado con la sublime descarga de estos grandes músicos y mejores personas. Ya lo sabéis, madrileños, Alcalá y el Ego os esperan con los brazos bien abiertos y con muchas y emocionantes sorpresas.
TEXTO Y FOTOGRAFÍAS: DANI ÁLAMO.