Desde hace más de quince años, esta es una pregunta que me formulo a mí mismo, a tenor de la realidad compositiva del rock de este país. Quizá, solo tenga derecho a plantearme esta pregunta desde el punto de vista de espectador que acude a conciertos con asiduidad, y no como músico que vive la escena con intensidad. En cualquier caso, la realidad patente ante mis ojos y mis oídos, es que llevamos más de una década asistiendo a una reducción de la creatividad en nuestro país, y esto lo detecto y aprecio en gran medida, en el influjo absorbente de las bandas cover y tributo, que si bien están posibilitando que muchos músicos puedan trabajar y ganar sustento, como contrapartida, obligan al músico a trabajar sobre modelos estructurales y compositivos ya dados; es decir, a imitar con la más absoluta fidelidad canciones que ya han sido compuestas previamente. Esta actividad, convierte al músico en un mero reproductor a semejanza de un copista que copia con destreza un cuadro del Museo del Prado, por poner un ejemplo gráfico. Conozco muchos músicos que llevan años en esta actividad, y finalmente, se acostumbran a desarrollar patrones establecidos, por lo que la creatividad compositiva se merma ostensiblemente. Muchos son capaces de realizar ambas funciones: la del copista y la del creador, pero otros muchos, se hunden en la monotonía de reproducir canciones escritas por otros, y su creatividad para componer temas propios se debilita. Además, y dado que este tipo de bandas les ofrecen la posibilidad de tocar en muchos directos y de recibir a cambio honorarios, hacen de estas bandas su prioridad de trabajo, dejando menos tiempo para realizar proyectos personales. Me parece muy legítimo y respetable emprender este camino. Cada cual es libre de elegir la manera en que quiere vivir la música, y sobre todo, de dedicarse a ella de manera profesional. Pero mi apreciación está basada en la experiencia propia, y en una realidad que no es indiferente a nadie. Todos hemos tocado canciones de otros artistas; es más, cuando uno hace suya una canción, disfruta tocándola, sintiéndola. Pero cuando se hace por llenar la nevera, se corre el riesgo de entrar en un bucle muy pernicioso a mi juicio. Al final, este fenómeno se va prolongando en el tiempo y detiene la creatividad de manera evidente. Sin embargo, es humanamente respetable.
Y el problema, es que el público, a falta de canciones con autenticidad y originalidad, se aferra a aquellas canciones que han formado parte de su vida, como un garante inapelable. Para mí es cuanto menos significativo, que el público siga cantando y disfrutando canciones que se escribieron hace veinte o treinta años. El paso del tiempo tiene que traer nuevos vientos de modernidad. Se podrá alegar que eso demuestra que el rock es imperecedero. No nos engañemos. Hay canciones que nunca morirán. Eso está claro. El problema, es cuando toda la herencia identitaria del rock lo componen un repertorio de canciones que se escribieron en un espacio de tiempo, en unas circunstancias determinadas, y en un entorno lejano. El año pasado, el líder de una de las bandas de punk rock más celebradas de nuestro país, me comentaba durante una entrevista, que sentía ciertos visos de dolor cada vez que el público en cada concierto, les pedían que tocaran canciones que llevan escritas casi treinta años. Sentía dolor por me confesaba que su último disco editado, era el mejor y más brillante que había escrito la banda. Esto nos hizo a ambos reflexionar. Sobre todo a él, porque después de haber producido quizá su mejor obra, parecía como si esas canciones se difuminaran ante la estela de las antiguas, muchas de ellas escritas en un tiempo, en que como músicos, estaban comenzando a caminar. Las nuevas, según declaró, estaban mucho mejor elaboradas, ofrecían toda la sabiduría de la experiencia que ofrece una trayectoria, y lo que es más importante, reflejaban una realidad acorde con los tiempos vigentes. Como muestra, debo de decir que en audiciones para buscar músicos para un proyecto, encontré muy buenos guitarristas, técnicos y profesionales, que manifestaban su incapacidad para componer temas propios para dicho proyecto. Eso sí, las versiones te las bordaban.
Pero no soy un invidente irracional, y soy consciente de que quizás, tengamos las cantera más brillante de bandas emergentes, en todos los estilos, y que no se pueden desarrollar convenientemente, debido a que el público se aferra a lo conocido, y que no pueden competir con bandas y artistas con trayectorias muy largas que son célebres. Yo no soy un gurú del rock, ni tengo derecho alguno para criticar a alguien por tomar un camino determinado. No es ese el objetivo de esta reflexión, al socaire de la realidad del rock en este país. Simplemente, es una meditación lanzada al aire. Nosotros contamos con un hándicap importante, y es que el rock, se inventó allende los mares, y no forma parte de nuestra cultura, y que tenemos que reinterpretar esos parámetros musicales, y adaptarlos a nuestra propia forma de entender el rock. Yo soy firme defensor de un futuro de creatividad en el rock de los países que conforman el estado, reinterpretando el legado de los dinosaurios del rock, para dar forma a una identidad rockera propia. Y eso se consigue con canciones propias, encontrando los efluvios del arte más allá de lo preestablecido.
CHEMA GRANADOS