El anuncio del cierre de la Sala We Rock nos ha cogido a todos por sorpresa. Como un alevoso viento que ataca la espalda. Aun me deleitaba con el recuerdo del último concierto, o con el placer de tomarse una cerveza fría en su barra, escuchando a tantas y tantas bandas, dándolo todo sobre su escenario. Bandas que llegaban de todos los rincones del país, para mostrarnos su creatividad y su manera de entender el rock. Este país está cada día más empobrecido culturalmente, porque el negocio gobierna la sociedad con mano de hierro. Los réditos han tomado el gobierno de nuestras vidas, y el valor estimado y la rentabilidad objetiva, se dan de la mano para suplir las emociones. Para algunos, la Sala We Rock era como nuestra propia casa. El lugar donde reunimos emociones, sensaciones y hasta delirios en noches interminables de buen rock, y también, el lugar donde programamos muchos de los conciertos que formaban parte de nuestra productora. Y como no, un escenario donde he cantado con amigos, donde he sentido el delirio de ser artista sobre sus tablas. No solo era una sala acogedora, donde se resumían y sintetizaban muchos de los referentes de Madrid, como la Argenta o El Canciller, sino que además, trabajar con su equipo de producción era una maravilla. Profesionales entregados a su trabajo, al trabajo bien hecho. Una vez más el dinero manda. Su tenebrosa mano alcanza a todos los lugares. Quizá será el invento más perverso que haya inventado el hombre, porque al parecer, todo lo compra y todo lo vende. La cultura y el desarrollo emocional de la gente no es más que una utopía sin sentido ni forma. Pero en realidad, mal que nos pese, no puede ser objeto de crítica, ya que como es sabido, los negocios son para ganar dinero, que es el objetivo final. Todo tiene su precio, hasta los más incólumes caen tocados por su mano omnipresente. Nos quedamos huérfanos de un lugar entrañable. Seguro, que habrá más emprendedores dispuestos a dejarse el alma por el rock de la capital del reino. Al menos, seguiremos recordando las noches memorables. Las emociones que sentí sobre su escenario, y ese palpitar extraño antes de salir al entarimado. Los romances, los besos, las emociones etílicas, los abrazos, y ese crepitar de aplausos. Eso nunca nos lo podrán quitar. Para muchos de nosotros la Sala We Rock nunca morirá. Tendrá en nuestro recuerdo un lugar permanente e indeleble.
CHEMA GRANADOS