Dos espinas tenía clavadas que se alineaban afortunadamente para poder quitármelas de encima. Por sorprendente que pueda parecer, aquí, a mis treinta primaveras, aún no había asistido a ningún concierto en la legendaria sala Caracol e, igualmente, no había hecho más que tener que rechazar las invitaciones a presenciar el espectáculo de los brillantes e irrepetibles amigos de Aathma. Así las cosas, me dirigí junto a mi primo Jesús San José, guitarra de Stillnes y Die II Reborn, otro trotasalas infatigable, a la ansiada visita a la sala. Lamentablemente, el tráfico y nuestra canaria percepción del tiempo, hicieron que, pese a tener la oportunidad de quitarme esas dos espinitas, volviera a clavarse una nueva, ya que, confiados en que salíamos de la urbe complutense con tiempo de sobra para incluso rellenar un poco la fábrica de jugos gástricos tomando una reglamentaria cañeja, llegamos como nuestro presidente, siempre con retraso y, muy a nuestro pesar, nos perdimos la actuación de los cordobeses Grajo. Desde aquí les transmitimos nuestro sentido lamento de no haber tenido la oportunidad de disfrutar de su descarga, la cual, según mi afán de tocapelotas pseudoperiodístico pudo atestiguar, dejó un buen sabor de boca en la mayoría de los asistentes a los que pude preguntar. Tras semejante chasco y al comprobar los siderales precios de la cerveza en la sala (que es comprensible, pero igualmente sangrante para economías no muy boyantes), salimos a por la también reglamentaria chinolata y, tras haber repuesto vitaminas, volvíamos para comprobar qué tenían que ofrecernos el madrileño trío de este peculiar metálico rock instrumental Le Temps du Loup. Mi curiosidad estética dirigió mi mirada hacia las psicodélicas representaciones de las paredes, entre ellas un emocionante homenaje al L.H.O.O.Q. del grandísimo Duchamp, así como para encontrarme entre la casi repleta sala a un par de buenas amigas autónomas y otro buen número de paisanos iplacenses, para demostrar que, efectivamente, ¡los alcalaínos salimos de vez en cuando de la Comarca! Volviendo al trío, lo primero que me llamó la atención fue vislumbrar a un característico bajista zurdo y barbudo, con el cual, atando cabos, llegué a comprender que se trataba de Nacho, bajista también de los reputados Jardín de la Croix. Y no era un hecho baladí, ya que en seguida se dejaban percibir las conexiones entre estas bandas, a saber: grandes dosis de atmósferas progresivas, envolventes y sensuales, donde el juego de luces de la sala generaba un perfecto abrazo entre los profundos e hiperexpresivos pasajes guitarrísticos y el calor que emitía ese efecto de sobredosis de luces rojas y una sempiterna y traslúcida niebla, que, todo sea dicho, pese a la magia de la estampa del momento, a los allegados a la fotografía nos da más por culo que un monitor católico en un campamento infantil de verano. Lo que no dio nada por culo fue el repertorio elegido, con el que dieron un repaso a todas sus publicaciones, “Iranian” y “Belko”, de su álbum Jauría, se intercalaron con dos nuevas piezas que aún andan sin titular, pero que dejaron más que claro el gusto por los grandes detalles técnicos de los tappings de Hannibal y los complejos pasajes de la batería de Álvaro. Interpretaron también “Guernica”, pieza de su homónimo EP de 2013, no sin el inesperado contratiempo con una de las pedaleras del guitarrista. Pero sin ápice de arrugamiento alguno, terminaron su bella y armoniosa descarga con su pieza “Por la Mitad”, tema incluido en la compilación 7 Infiernos de la productora Nooirax, para el cual hicieron subir a las tablas a su buen amigo Mario Vaises, el cual puso toda su furia vocal para despedir una precisa y elaboradísima actuación. Y tras el merecido cigarrito con el que tomar un respiro, volvíamos a adentrarnos en una sala repleta hasta los topes para disfrutar del plato fuerte de la noche. Otro inmejorable trío, el de los también madrileños Aathma, ponía la guinda del pastel con la presentación de su último trabajo, Avesta, el cual reprodujeron casi en su totalidad, como mostraron al empalmar de una tajada las piezas “Mah”, “Mithra” y “Atash”, cortes que nos permitieron comprobar los sutiles cambios de viraje en esta nueva aventura. Su zaratustriana empresa filosófica sigue prensente, sin duda, pero esta vez, sus sonidos se alejaban de la densidad más lúgubre y atmosférica para adentrarse en una vitalidad más golpeadora, unos ritmos más cercanos al stoner, más metálicos. Los aullidos y juegos vocales de Juan no se vieron afectados por el mitológico temor sansónico de perder sus poderes al cortarse la melena, sino que, lejos de ello, pudimos disfrutar de su carismática entrega en la tarea de capitanear los hachazos sonoros de su guitarra, con sus contrastes entre los acordes toscos y gruesos y sus punteos atmosféricos. Con “Math” y posteriormente con “Hvare” pudimos disfrutar de lo lindo con los contrastes y contratiempos de las percusiones de Álex, convertido en una suerte de araña esquizofrénica que mete golpes donde y cuando uno menos se lo espera. Y ¡qué decir del incansable e hiperactivo Mario! Golpeando sus cuatro cuerdas en un interminable baile en que se zambullía en su propia melena cual Primo Eso. Con “Valley of Doom” de su redondo Decline… Towers of Silence, llegó el momento cenital de su actuación, donde el entregado público coreaba fielmente sus letras, a la par que se sucedía algo inédito en un concierto de doom: una horda de jóvenes acérrimos empezaban a hacer pogo dejando claro que la pasión no entiende de estilos. “Aban” parecía ser el último corte de la noche, alargado hasta la saciedad, con el que Juan le sacaba todo el jugo a su guitarra, sus pedales y amplificador, pero, tras un breve e inquietante silencio, se despedían de nosotros con “Deadly Lake”, del homónimo trabajo de 2014. Una despedida ideal, más de trece minutos de su más clásica oscuridad, con una castigada voz de Juan que dejaba el testigo a sus compañeros y se despedía de nosotros haciendo que Álex y Mario terminasen su descarga en un fade out interminable, hasta que Mario se quedase sólo repitiendo un bucle cromático y finalmente alzase y dejase caer su bajo al suelo. Sin duda, una noche para recordar, un espectáculo de sutileza técnica y entrega pasional que bien provocó una sensación generalizada de gozo y satisfacción entre el gran número de seguidores que abarrotaron la sala Caracol. Lo bueno se hizo esperar, sin duda, y se dejó claro que estos Aathma no sólo son una peculiar formación que realiza un trabajo de estudio lleno de identidad inigualable, sino que, como bien debiera ser, saber hacer más que de sobra los deberes sobre las tablas.
TEXTO Y REPORTAJE GRÁFICO: DANI ÁLAMO.