El cuaderno de bitácora del tiempo.
“El tiempo, gran escultor” tituló a uno de sus libros Marguerite Yourcenar. Y como un gran escultor, el tiempo, modela a su antojo en su barro sempiterno no solo a los seres humanos, sino a la vida misma. El tiempo, por tanto, es implacable, insondable, y sobrevivir a su paso es una espinosa tarea que acaba desgastando y agotando. Mantenerse firme a los embates, a las tormentas, a los días diáfanos, es una labor heroica, en el transcurso de la cual, algunos salen indemnes, y otros, doblegados. El artista Ramoncín, el ser humano Ramoncín, ha demostrado que el tiempo ha sido para él y su carrera, más un aliado que un pérfido enemigo. No solo porque haya sabido mantenerse en pie a pesar de las borrascas, sino porque ha utilizado ese tiempo para crear, para metabolizar toda su experiencia de vida en canciones que se aferran al alma. Durante todo ese tiempo, Ramón ha ido anotando fielmente cada rumbo, cada incidencia en su personal cuaderno de bitácora, que finalmente, ha quedado como un registro fiel de vida y obra. Después de tantos años su vigor sigue intacto, su energía renovada, y su apego al escenario incólume. Sabe cómo nadie dirigir las emociones colectivas, expresar, establecer con el público un vínculo mágico, que finalmente, se troca en una especie de lazo irreductible. Ramoncín reapareció ante el público de Madrid a cara descubierta, sin ambages, mostrándose templado y transparente, como él es en realidad. Y la respuesta no pudo ser más preponderante. Una comunión entre público y artista total. A pesar de los detractores, y de esa leyenda obtusa que arrastra después de haber sido abandonado a su suerte por toda esa caterva de mezquinos empeñados en enterrarlo, sigue vivo, en pie, haciendo lo que mejor sabe hacer: transmitir sentimientos.
Apareció sobre las tablas radiante, esbozando una sonrisa sentida, seguro de sí mismo y con un talante de rockero curtido en mil batallas. Los acordes de una canción nueva fueron el preludio de un repertorio cargado de canciones imperecederas, como “Putney Brigde” “¡Déjame!”, o “La Chica De La Puerta 16” con las que abrió la andana de rock & Roll en la Sala Changó. Suficiente arsenal para convertir la sala en una olla a presión de emociones, donde el público se dejó cocer a fuego lento, de placer, de puro éxtasis. Haciendo gala de esa majestuosidad de barriobajero experimentado, de esa presencia de artista con redaños suficientes para asumir su destino, continuó ofreciendo lo mejor de sí mismo con temas como “10 Segundos”, “Derrota”, “Estamos Desesperados”, “La Puta Suerte” o “El Blues Para Un Camello”, haciendo un repaso por su historia artística. Ramoncín domina como nadie el espacio escénico, adueñándose del entarimado con su personal carisma, que es arropado continuamente por el fervor del público, y una banda, Los Eléctricos Del Diablo, que suena cohesionada, como un cañón. Atrás quedan los escollos. En el olvido más profundo, las diatribas ofensivas. Porque solo queda el rock & Roll como pasado por un tamiz. Armónica endiablada, notas de rock que profundizan en el abismo de su legado. Continuó con “Canciones Desnudas” “Reina De La Noche”, “Hola Muñeca”, “Solo Tú”, “En El Infierno” y “Felisin El Vacilón”. Todo un despliegue emocional donde los recuerdos, avivados del rescoldo aún caliente, se vieron enfatizados gracias a su genio enfático. No faltaron sus clásicos, que revistieron la noche de nostalgia y pasión, como “Rock & Roll Dudua”, “Como Un Susurro”, “Sangre Y Lágrimas”, “Ángel De Cuero”, el sempiterno “Al Límite” y “Hormigón, Mujeres Y Alcohol”, tema con el que echó el telón. Otra noche más de pasión, otra noche mas de reencuentro, y una anotación más en el cuaderno de bitácora, para que quede patente el rumbo que le dirige hacia la excelencia. Pronto tendremos nuevo trabajo discográfico, y volverá a demostrarnos el estado de su musculatura musical una vez más. Porque nunca se agota su creatividad, y nunca, nunca defrauda.
CHEMA GRANADOS