LLEGARON… TOCARON… Y EMOCIONARON
Muchos habían perdido la esperanza de que el rock de nuestro país concibiera alguna banda de la que sentirse realmente orgulloso, una de esas bandas que se te clavan en el alma para siempre, haciéndote la vida mucho más dichosa. Y entonces aparecen Dry River para alumbrar con su música la negritud reinante. Desde su primer disco “El Circo De La Tierra”, esta banda de oriunda de Castellón ha ido labrando a cincel una joya entonces en bruto, y hoy con biseles diamantinos. Y ya no tanto por la calidad de sus composiciones o su técnica. El tema, va mucho más allá, porque hay también sentimientos en los textos que visten las canciones. Sentimientos auténticos. El valor de la excelencia. Ese valor sustancial de unas melodías increíbles, que acaban por hacerte subir a espacios desconocidos, que provocan una reacción intensa dentro de ti. Y porque no, ese vaivén de estilos que se van entrelazando para formar un todo, un discurso único que ruge como un vendaval. Nadie tuvo jamás la osadía de, partiendo del rock, amalgamar la música en un crisol, verter contenidos, estilos, y crear una especie de elixir que magnifica la palabra música. Acaban de publicar su última obra “2038” el culmen de su obra artística, donde ponen de manifiesto la madurez del proyecto. Su arte. Arte con todas las letras. Sus dos últimos discos han servido para darles presencia, pero este último, ha llegado al público como un torbellino impetuoso.
La noche arrancaba con todo el papel vendido, una hazaña en un Madrid saturado de oferta de conciertos de rock. Hasta a los grupos ya consagrados les cuesta llenar una sala un sábado por la tarde, y más una sala con un aforo de 475 personas. No es nada fácil. Pero si para ellos. Con esta expectativa, la noche prometía ser toda una experiencia. Lo fue desde el preciso momento en que las luces se apagaron y subió al escenario Fanfi García para hacer la introducción del show. Y entonces, sucedió: los acordes de “Fundido A Negro” comenzaron a emerger, encadenados y certeros, desplegándose con majestuosidad, y el delirio en la sala se desató. Acordes cargados de intencionalidad que se fundieron con el público, estableciendo esa mágica conexión entre el artista y aquellos que escuchan, que sienten, y se emocionan. Luego “Mi Pequeño Animal”, y después, “Rómpelo” con toda la sala coreando cada estrofa, cada estribillo. Un clamor general de gozo. Seguidamente, “Me Pone A Cien”, “Camino”, “Al otro Lado” y un medley con varios temas encadenados. La locura. Gente de todas las edades, mayores, jóvenes, compañeros músicos. Todos absolutamente entregados al delirio colectivo. Y como tramo final “Irresistible”, “La Mujer Del Espejo”, “Bajo Control” y “Con La Música A Otra Parte”, momento en que abandonaron la escena, regresando para los bises: “Me Va A Faltar El Aire”, quizá el momento más emotivo de la noche, “Cautivos” y “Traspasa Mi Piel”. Apoteósico. He vivido experiencias inolvidables en mis casi treinta años de actividad en el mundo del rock. Esos momentos que se sienten especiales, emocionantes, que se sienten hondos, muy hondos. Y la pasada noche fue una de ellos. Era como estar en otro mundo. Sentirse arropado por las caras resplandecientes de los que, como tú, están vibrando bajo el ardor implacable de las notas musicales, bañando los corazones con la pasión de un momento mágico. Los ojos encharcados de lágrimas de una chica joven a mi lado, mientras esbozaba una sonrisa, quizá de gozo. Los que cantaban de felicidad. ¿Qué más puede desear un artista? ¿De qué sirve la fama, la popularidad, el dinero? Esa reacción es la que ambicionamos aquellos que subimos a un escenario, para desnudar nuestras vidas y nuestros corazones ante nuestros semejantes. Esa emoción increíble que nos hace sentir únicos, cuando el público corea al unísono tus canciones. Canciones que surgen de ese lugar recóndito dentro del alma, para expresar sentimientos y emociones. No soy vidente, y por tanto, no puedo dibujar un esbozo de lo que acontecerá en 2038, pero seguro, que dentro de esos veinte años transcurridos, y tirando de imaginación, si aún me encuentro vivo y en pie sobre esta tierra, quizá me encuentre en mi habitación del geriátrico, sentado junto a la ventana una tarde lluviosa, mientras escucho “Me Va A Faltar El Aire”. Y entonces, sentiré que la vida mereció la pena gracias a la música, a los músicos, gracias a Dry River.
CHEMA GRANADOS
PHOTO FINISH: OLGA PEINADO