“35 años después, Londres sigue emitiendo”
Recién cumplidos los treinta y cinco, se erige si no lo es, como el mejor (usemos el siempre recurrente “posiblemente” para los escépticos) disco de la historia. Y así, con esa rotundidad la mítica banda británica, The Clash entraba aquel verano del `79, predispuesta a grabar (que banda no lo hace…) una huella sonora que serviría de referente musical universal, lo que sería su tercer álbum, el mítico “London Calling”. Corrían tiempos difíciles en la capital del reino Ingles, tiempos de Margaret Thatcher, o lo que es lo mismo muy duros socialmente hablando. La isla en periodo de transformación en contra del movimiento obrero, contrastaba con la época de esplendor de The Clash, justo en el cambio de manager y de locales. Cambiando los de Candemw Town (compartiendo con míticas banda punk del momento Sham 69, the Damnes, entre otros) por los locales Vanilla Studios en Pimlico, muy culpable este cambio de ubicación, para el sonido de este mítico disco, dado que el ambiente musical que se respiraba en los locales del barrio del distrito Westminster, con influencias de rockabilly, ska, reggae y jazz, era más variado y enriqueciendo así el legendario “London Calling”. Tras la muerte de Six Vicius en Febrero de ese mismo año, marcó un antes y después en el movimiento punk británico. The Clash, pionero del punk a la par que los Pistols, con su disco homónimo, estaba a punto de abandonar, o mejor dicho, generaría una nueva sub-etiqueta de este carismático estilo.
Grabado en Wessex Studios, con la producción con Guy Stevens, sin contar con el visto bueno de la discográfica, cuando The Clash optaron por esta opción para su disco, seguramente, no se podían imaginar ni por asomo la mueca de incredulidad que se les quedaría desde el mismo día que fueron a hablar con él. Un pirado hooligan entrañable, aunque peligroso, por sus maneras y métodos, arrojando todo lo que tenía a mano, en plena grabación, para como él decía, imprimir tensión a lo que sonaba. Guy dejará marcado su sello tan peculiar de comportamiento entre cada surco que conforma la obra más reverenciada del grupo Inglés. Motivador nato, Stevens mezclaba intuición y el subidón del alcohol para poder arrastrar a un estado de inconsciencia creativa a toda la banda. A pesar de los litros de cerveza, que se bebió el (a la banda nunca le dejo probar un trago durante la grabación, él bebía por los cuatro) y los que arrojo encima del piano, mas lejos de buscar un sonido nuevo, le empujaba el odio al mismo. Aun así, nunca ningún miembro de The Clash se quejó, al revés lo alzaron como pieza clave en el disco.
Otro punto muy relevante sobre este disco fue su tipografía, la gran metedura de pata del señor Paul Simonon reventando su bajo durante un concierto por EEUU en la anterior gira «Clash Take the Fifth», un gesto que no se perdonaría dado que se equivocó y de los dos que tenía, rompió el bueno… La curiosa instantánea, sirvió de portada, símbolo para algunos del renacer de la banda. Cabe destacar la increíble similitud del primer álbum de Elvis Presley, rindiendo homenaje al rey del rock, un mito más dentro de este curioso álbum. En cuanto a música, la mayoría de lo que escuchamos en el disco se le otorga al grandísimo Mick Jones, multinstrumentista (guitarra y piano) Paul Simonon al bajo y Topper Headon a la batería, engalanan y marcan el perfecto camino de este mapa sonoro, ska, soul, pop, reggae, rockabilly, Rock, punk… todo bien fusionado en su justa medida y si a esto le añadimos las letras del no menos grande Joe Strummer, el resultado colosal. Letras que cursan desde la reivindicación, la lucha social, el anti consumismo, cargada de sentimiento, amor, odio, miedo, nostalgia y guiños a la historia, la historia viva, esa que aunque se empeñen los genocidas, nunca morirá como el «Spanish Bombs” un pedazo de Lorca y Granada “casi” natal. Una música interpretada con menos destreza que sentimiento, una manera de tocar diferente, nerviosa. Curiosamente, el tiempo no fue ningún problema, se grabaría prácticamente en dos semanas, con no más de dos tomas por tema. Imparables en sus ansias de crecer, terminaron por necesitar dos discos para explayarse, sacándolo como doble disco, en uno, consiguiendo mediante un recorte de sus propios royalties, sacarlo a un precio de disco sencillo, el típico gesto que dotaba a The Clahs de una dimensión ética demostrando su posición, su sitio y su reivindicación como banda comprometida. Queda de esta manera un legado universal, otra (que no la única) manera de hacer las cosas, que treinta y cinco años después muchos se han inspirado y otros han intentado copiar, con diferentes resultados, pero ninguno ha logrado nada parecido a este álbum en cuestión, está claro que The Clahs no grabo para la fama, el “London Carlinga” se grabó para la prosperidad.
A.MAKEDA