LA LEYENDA INQUEBRANTABLE
Para muchos de nosotros Ramoncín siempre ha sido una leyenda. Una especie de suerte de historias oscuras que corrían en mi barrio en pleno apogeo de su popularidad, cuando estaba presente en las televisiones con aquella actitud transgresora, rompiendo todos los moldes existentes de una sociedad rancia y pretérita. Historias de dudosa autenticidad, que finalmente, se trocaban en leyendas urbanas, y que narraban como Ramón había atracado una farmacia para comprarse una guitarra nueva. O aquella aún más inverosímil y extravagante, que contaba cómo había arrojado al lago de la Casa De Campo un coche robado. Historias con trasfondo lumpen, inciertas o falsas, pero que a nosotros, como críos imberbes, nos hacían creer que era un ser especial. Era uno de los nuestros, y sus canciones, hablaban sobre nuestras vidas, sobre todo aquello que ocurría en las calles, en los barrios, y que nos era tan cotidiano. Era un artista de barrio. Y así lo sentíamos. Fue Agus, (un guitarrista con la mano derecha amputada, y que a pesar de esta limitación, tocaba con el muñón en un grupo heavy que se llamaba Apocalipsis) el que me arrastró hasta el Parque de Atracciones en 1978, para ver a un tipo que iba a cambiar la historia del rock de nuestro país. Éramos unos chiquillos post adolescentes, ávidos de emociones, ansiosos por explorar los recovecos de la música y el rock. Aquel concierto errático y descontrolado, me hizo entender porque Agus le guardaba aquella veneración casi enfermiza. Aquella imagen de un Ramón chulesco, desafiando la lluvia de huevos como si no fuera con él, vestido de blanco, mientras se estiraba los tirantes amenazante, se ha quedado grabada indeleblemente en mi memoria para siempre. Brutal. Con Agus también hicimos un viaje hasta Pamplona haciendo autostop, para verlo actuar en el Pabellón Anaitasuna en 1984. Solo teníamos el dinero de las entradas. Nada para comer o para beber, pero aquella noche, después del concierto, nos sentimos seres especiales. Llegó Viña Rock y la polémica subsiguiente. Las hordas detractores emergieron de la oscuridad, amparadas en el anonimato de la red de redes para demediar el cadáver tumefacto. La última vez que lo vi fue en la Sala La Riviera en 2003, cuyo recuerdo aún guardo como un tesoro. Pasaron los años, el declive, y finalmente, llegó el silencio, las polémicas, los odios y los rencores. Pero él, se mantuvo inquebrantable, defendiendo su verdad como un jabato contra los que vertían su odio y su frustración en su persona, ávidos de una ridícula venganza que nunca tuvo un sentido racional. En aquellos tiempos, muy pocos fueron los que salieron en su defensa. Todos se apartaron a un lado, incluso sus compañeros de profesión, aquellos que deberían haber sacado la cara por él; no por defensa gremial, sino como reivindicación de la dignidad de los músicos. Su presencia en la música quedó cubierta de una especie de niebla. Editó algún disco recopilatorio. Se dedicó a presentar programas de televisión, trabajar en la SGAE, o acudir de tertuliano a programas de radio. En 2009 publicó un disco de versiones de canciones de los 60 y 70 bajo el seudónimo de “The Cover. Band” volviendo a emerger nuevamente, y ya en 2011, publica “Cuando El Diablo Canta” con trece temas nuevos. Ramón decidió romper su silencio y volvió a los escenarios. Aguardó hasta que llegó el momento adecuado, con humildad, empezando prácticamente de cero. Y el resultado ha sido impresionante. Su fuerza y su garra indestructibles han resistido al paso del tiempo. Recuerdo del show de la Sala Shoko de Madrid, con un set list de casi tres horas de duración, en el que dejo patente su vivacidad, su energía inagotable, y en el que reivindicó su presencia con total autoridad. Desde entonces, Ramón, Ramoncín, ha tomado las riendas de su carrera con inteligencia y corazón.
El pasado 24 del presente mes, ofreció otro de sus shows intensos en el marco incomparable de la Sala Joy Eslava, donde marcó un punto y aparte. Apoyado por una banda magistral de excelentes músicos Los Eléctricos Del Diablo, formada por Oscar Castelló a la guitarra, Miguel Jiménez al bajo, David Castelló a la batería, Charley Gonzalbo al violín eléctrico, Manuel Silva a la guitarra, y Jesús Varas al piano y teclados, Ramoncín arrancó cual detonación controlada con los acordes del mítico “Putney Brigde”, lo que obró como un mágico revulsivo en el público asistente, que enardecido, comenzó a entrar en la espiral de sensaciones que se estaba gestando, y que se amplificó con “Déjame”, de su disco “Al límite, Vivo Y Salvaje”. Ramón controla como nadie el escenario. Sabe dirigir las posibilidades en su favor, escudriñar las emociones del público, realizar un escorzo perfecto, un gesto inolvidable, una pose de leyenda, o una reverberación en la voz que siempre impacta. Sabe controlar el espacio y la intensidad, porque tiene tablas, corazón, y lo más importante, talento artístico. Toca la guitarra, la armónica, y se mantiene activo cada segundo del show. La gente le quiere, le siente muy dentro, no solo por esa cercanía manifiesta, el talante barriobajero, o esa aptitud de rock star cercana, sino por esa capacidad de entrega y de convicción, desgraciadamente extintas en el panorama musical actual. Luego llegarían como un ciclón canciones como “La Chica De La Puerta 16”, “Estamos Desesperados”, “Una Como Tú”, “Blues Para Un Camello”, “Reina De La Noche”, “Hola Muñeca” y “10 Segundos”. Una descarga cargada de metralla emocional que avivó aún más los ánimos de la sala abarrotada. Cada gesto, cada gota de sudor, cada mirada de complicidad, iba cimentando aún más su figura, su legado, y esa leyenda tan querida por muchos de nosotros. Y prosiguió el ciclón: “La Punta De La Aguja”, “En El Infierno”, “Cuerpos Calientes”, la incombustible “Como Un Susurro” (que cantó al borde del escenario entre la gente), “Lagrimas De Luna”, Rock & Roll Duduá”, y “La Cita” para completar el primer tramo del show. El ambiente del espacio se transformó en un territorio de placer, de emociones, un lugar donde encontrar la autenticidad. Para el final se reservó temas esenciales como “Forjas Y Aceros”, “Sangre Y Lágrimas”, “Miedo A Soñar”, “Tormenta En La Carretera”, “Mandan Los Lobos”, “Hormigón, Mujeres y Alcohol”, “Al Límite”, y como bises, “La Puta Suerte” de su disco “Cuando El Diablo Canta” para rematar la faena con “Felisín El Vacilón” en homenaje a su amigo del alma fallecido recientemente, y que cantó señalando al cielo, con el alma encogida, arrugada sobre sí misma, y los ojos encharcados. Terminaba la experiencia, y habíamos sobrevivido a su genio, a su arte. Una vez más. Una noche más. Aquellos que intentaron horadar sus entrañas, todos aquellos que mintieron, denigraron y vejaron su figura y su honor, deben de saber, y asimilar, que la leyenda es inquebrantable. No eterna, pero si indoblegable. Siempre será un artista apreciado, porque de su talento emana una capacidad de conexión certera y real, de hablarle a la gente en su propio idioma, de ser lúcido y luchador en los momentos difíciles. Es de los nuestros, aunque su estilo de vida y su imagen estereotipada hasta la saciedad, molesten a aquellos que creen poseer la verdad absoluta, teniendo de su parte la fragilidad de unas leyes obsoletas. En medio de la tempestad, sorteando espesos nubarrones, siempre emergerá la fuerza de sus canciones, y nosotros, seguiremos apostando por que su luz se apague cuando la vida y las circunstancias así lo decidan. Mientras tanto, Ramoncín estará en nuestras almas sedientas de emociones sinceras. Atrás queda esta noche eterna, donde nos dejamos llevar por su magia desvergonzada, por el calor de los lazos creados, y esa conexión férrea que nos anuda a su leyenda, a la verdad de su talento y de su arte. Quedará indeleble en nuestra memoria, y además, podremos avivar ese recuerdo, ya que el concierto se grabó para un DVD que se editará próximamente, y que será gratuito. Un regalo extraordinario que magnificará ese recuerdo.
CHEMA GRANADOS