Aún hay quienes miran con recelo a la fábrica de metal nacional, seguramente alentados por la miopía y la inopia provocada por ese abrumante envenenamiento del mainstream, que constante y sempiternamente asocia esa leyenda del retraso cultural patrio respecto de los países europeos o los industrializados y manufacturados productos estadounidenses. Es verdaderamente lamentable corroborar que nos faltan líneas para enumerar las bandas nacidas, tanto en nuestro país, como en nuestra ciudad, y contrastarlo con el seguimiento del público metalero español, que, en su decadente mayoría, se dejan el culo por gastarse una ingente suma de podrido dinero para seguir alimentando el endiosamiento de inmerecidos y decrépitos ídolos, mientras que, por otra parte, ignoran el trascendental peso que el público representa a la hora de ayudar a que estas nobles y respetables bandas puedan salir a la palestra sin la necesidad de sepultar sus pocos ingresos alquilando salas y teniendo que compartir buenas sumas en gastos. Gestos totalmente pasionales y altruistas, una camaradería intergrupal en la que son las propias bandas quienes se echan el cable, viendo cómo son pocos los fervientes acólitos que siguen a las mismas, sea donde sea que allí se presenten. Pero así va esto del metal en España, amigos: es mejor mostrar la careta en el concierto masivo de turno -espero que se perciba el doble sentido del término- y se refuerce el sentido antimetalero de este pútrido y repugnante mercado de ídolos, asistiendo al evento tras dejarse el precio que permitiría asistir a diez conciertos única y exclusivamente para pasar lista, para jurar bandera con el selfish de turno – quienes sepan inglés entenderán la modificación del término; quienes no: usen un jodido diccionario, que no muerden-. Sea como fuere, por suerte aún hay claras muestras materiales de que el metal underground sigue bien vivo y bien sano, apoyado por un honroso número de fieles seguidores a estas bandas que se dejan la piel día a día para llegar a nuestros oídos, ojos y corazones.
Así las cosas, volvíamos a la Meca del metal madrileño para asistir a una sobredosis de metal bien variado, que satisfaría con creces la demanda de versatilidad estilística y heterogeneidad estética. Vamos, hablando en plata, se avecinaba una noche para todos los públicos -salvo por la ausencia de los menores de edad, que pueden asistir a corridas de toros pero aún no a eventos musicales-. Los barceloneses Regresion se recorrían el buen sinfín de kilómetros para ofrecernos un fraternal encuentro con otras tres bandas de la capital: las vertientes clasicorras de Sákata y Viga y los experimentales Ethan. Es una lástima que las bandas deban hacer este tipo de camaradería para poder costearse el alquiler de salas tan costosas, pero está comprobado que, en este país, o saltas de un trampolín cual paquirrín de la vida en la palestra televisiva más vomitiva o te dejas los cuernos para conseguir evitar perder dinero en cada desplazamiento. Pero sin más afán de sacapuntas, pasemos a lo que nos concierne.
La tarde comenzaba un poco fría, los fuenlabreños Sákata subían al escenario pese a la escasa presencia del público. No obstante, unos buenos metaleros no se amilanan por factores como éste y comenzaron a desplegar su repertorio de heavy metal clásico, demostrando una gran pasión por el más clásico de los gustos metaleros, donde pudimos percibir matices de power en sus voces agudas, sus coros ochenteros y sus estructuras kalokagáticas, como diría Aristóteles, es decir: ese regusto por la melodía bella, abierta y limpia. Venían presentando su EP Esta Vida, de la cual su intro venía directamente lanzada, tratándose de un emotivo fragmento perteneciente al filme de Sidney Lumet, “Network”. Los acordes de “No Por Ellos” dejaban claro de dónde venían: cortes rítmicos clásicos con ascensiones cenitales en las que las voces agudas Andrés San José que contrastan con los momentos de bajada plagados de armónicos en la guitarra de Alberto Lozano. “Xana” no evitaba las reminiscencias al clásico estilo de Avalanch, donde, además, podíamos percibir en las letras, esa tendencia romanticorra típica del heavy, hablando de amor y cierto dolor decadente referente al mismo. Pero ese temor hacia el romanticismo pastelero venía a contrarrestarse con la encomiable dedicación del siguiente corte, “Nunca Más”, referente a la violencia de género. Ésta pieza y “Volviendo a La Realidad”, dedicado a todos esos hipócritas cristianos que el sábado de van de putas y el domingo expían sus pecados frente al pater, serían las encargadas de adelantarnos el futuro trabajo por publicar, donde las complejas estructuras de batería hicieron jugar un par de malos tragos al joven Raúl Ronco, con la salvedad del auxilio rítmico del bajo de Álvaro Ríos, perfectamente concentrado en su rol de remero rítmico. Finalmente, “Te Espero en el Infierno” cerraba el repertorio de unos jóvenes apasionados por el arpegio maidenesco y el contraste de velocidades que, esperemos, pronto vuelvan a darnos de qué hablar con su futuro redondo y nos ofrezcan un directo más compacto y trabajado.
Llegaba el turno de los heterodoxos de la noche. Los también capitalinos Ethan volvían a una de sus más asiduas salas para poner el toque progresivo, en cierto modo nü metalero, plagado de pasajes contrastantes, densos y oscuros, donde los recuerdos a bandas como los californianos Tool o los extintos madrileños Deidre se hacen más que palpables. Sin duda alguna, se trataba del espectáculo más diverso, complejo, meticuloso y, en el mejor sentido del término, fuera de contexto de la noche; sus ritmos plagados de cambios estructurales y sus constantes subidas y bajadas, hacen de esta banda todo un homenaje a la educación de nuestros oídos. Su repertorio comenzaba con el corte más divergente del repertorio de la noche, “Mi Amado Mal”, pieza del homónimo single publicado junto a una versión que os invito a descubrir a quién pertenezca. Un corte con mayor ritmo positivo, mayor linealidad y rapidez y toques cuasi rockeros, que contrastan con la línea general que nos presentaron en su EP El Laberinto del Ser. Tras esta frenética presentación, las cuerdas de Juan Carlos Tovar hacían las delicias de los amantes de los oscuros pasajes “opethianos”, acompañados por los cantos de guerra de la batería de Juanjo Arcas, hasta la llegada del contraste rítmico del bajo del excelso dueño de las cuatro cuerdas, Jose Hurtado. Sin duda, “El Laberinto de Caín” nos dejaba a un público cada vez más numeroso y entregado con una sensación psicotrópica, alimentado por los juegos con el amplificador de Juancar y el toque africano de las percusiones. Otro de los elementos que no pasan desapercibidos, son los contrastes vocales de Txetxu Otero, a caballo entre la baja tonalidad grave y los momentos de eclosión aguda. “Requiem” repercutía en esta línea de oscuridad progresiva, donde el lanzamiento de los teclados y la sarcástica invitación de Txetxu al llanto colectivo, nos aseguraban otro corte sublime, plagado de altibajos y un trasfondo melódico con un fuerte componente de belleza, contrastando o reforzando -según los gustos- de esta dinámica tétrico-decadente que, estoy seguro, a nadie dejaba indiferente. “Zen” nos volvía a ofrecer uno de sus cortes, junto con el homenaje cainita, más progresivos y longevos. Armónicos artificiales y unos bruscos contrastes de voz, daban los toques más característicos de su influencia nü, así como en su siguiente descarga, “Animal”, donde aparte de los recursos vocales del gallego vocalista, uno podía deleitarse con los magníficos recursos rítmicos de la batería de Juanjo. Finalmente, y por desgracia, tenían que despedirse con su sexta muestra, “En El Barro”, donde la intro en arpegio alimentado por el delay, traía la irremisible rememoración de grandes del arpegio como los ya mentados Opeth o los maños Héroes del “Fujitsu”. Momento también para ver cómo el inquieto Jose, dejaba de martillear sus dedos para agarrar la púa y adaptarse a la exquisita colección de cambios de ritmo. Con un Txetxu arrodillado y tirado por los suelos, nos daban un “hasta la próxima”, que esperemos no tarde demasiado en producirse.
Llegaba el turno de los veteranos y más clásicos de la noche. Los también gatos Viga, esa formación que ya por el mero título sabe uno que se está hablando de un espectáculo de clásico hard rock/heavy metal, con una puesta en escena muy performativa y teatral, como pudieron reflejar ese clásico recurso de comenzar la descarga de espaldas al respetable, así como la máscara que portaba el hiperactivo e hipergesticulante guitarra de Chechu Aurrecoechea. Venían a presentarnos, casi en su integridad, el último LP publicado el pasado año, Ley De Viga, junto con varios temas de su anterior trabajo, Electrokalambrera de 2011. Los amantes del buen “jebi metal”, ese metal de barrio, obrero y combativo, tuvieron en estos Viga, la dosis perfecta para disfrutar de sus tapping, coros ochenteros y los contundentes agudos de la voz de Isaac Palon. Tras la intro, no sé si directa o en homenaje sonoro a los Manowar, con sonido de moto y voz distorsionada, se sucedieron piezas de claro calado ochentero, con temática de bares, lucha obrera y revolución, como pudo sentirse en “Viejo Bar”, “La Voz de Tu Conciencia” o “Maldito Héroe”, repletos de coros pegadizos y llamamientos a la lucha por nuestros sueños, como bien reforzarían cortes como “Al Fin Juntos” y “En Busca de Mis Sueños”. Mientras el bajo de Mariano Juárez y la guitarra rítmica de Josete Agredeño se compaginaban rígida y sólidamente con la losa rítmica del baterista Luis Garcés, estos pétreos y sobrios recursos rítmicos se mezclaban con las locuras técnicas de Chechu, representados por los slides y tappings en temas como “El Hijo Prófugo”, “El Cisne Negro” y “Salvaje”, donde de nuevo los coros hacían que las melodías redundasen en la memoria de uno durante varios días. “Algo Me Empuja” anunciaba el progresivo descenso de intensidad, hasta llegar al interludio instrumental, con homenaje al Thunderstruck de los más celebérrimos austrialianos en “Sin Perdón”, para volver a desplegar sus armas clásicas en sus dos cortes finales, “Corruptor de Almas” y “Llama a Los Viga”, un nuevo tributo a los AC/DC con esta adaptación del legendario Whole Lotta Roise.
Y si alguien se había quedado con ganas de dosis de heavy metal, ahí subían a la palestra los catalanes Regresion, que esperemos que podamos seguir considerándoles metal patrio antes de que veamos si se lía parda este fin de semana con las urnas plebiscitarias. Sin duda, eran los más esperados de la noche y ello se hizo notar. La sala reflejó el mayor momento de asistencia y de entrega por unos fieles amigos y seguidores venidos de toda la geografía española. Venían presentando su último redondo, Prisioneros, de este mismo 2015, pero, igualmente, su largo set list dio sobrada oportunidad para recorrer la lista de piezas que engrosan su prolongada trayectoria, ya que, con la salvedad de su primer EP, pudimos disfrutar de piezas de sus tres discos anteriores, el Estrellas del Rock de 2013, su Santa Decadencia de 2011 y Revolución de 2009.
Su espectáculo comenzaba presentándonos dos de sus nuevos temas, “Prisioneros” y “5 de Noviembre”, piezas llenas de energía guitarrera por parte del soberbio control rítmico de Pablo y los recursos técnicos de Toni y unas encomiables muestras de calidad de la voz de Pedro. “Mil Sirenas”, “Un Día Como Hoy” y “Sin Final” nos condujeron a sus temas más antiguos, para devolver la frescura de sus últimos cortes con “Cautivo” y “Voces”. Vuelta y vuelta para engrosar la lista con “Territorio Animal”, “Sigo Vivo” y “Santa Decadencia” -toda una declaración de principios técnicos- donde pudimos comprobar los buenos recursos técnicos del baterista Jose y la frenética actitud del bajista David, que además de darse más que un aire al ilustre maestro Harris, demostró saber animar al público y llevar con gracia y buen tino el timonel rítmico. Llegaba la primera sorpresa de la noche, la invitación de una hilarante compañera, su pandereta Antonia, con la que introducirían el corte más chocante de la banda, un “El Knaya” que comenzaba con acordes de funky y recursos de pedal wah, para volver a sus raíces más metaleras. Pero, sin duda, la sorpresa de la noche venía de la mano de una de las colaboraciones más placenteras que uno podía imaginar. El inconfundible Óscar Sancho, líder de Lujuria, subía a la tarima para marcarse una legendaria versión, el “Resistiré” de Barón Rojo, previa alusión del segoviano a la analfabada inhumana de la masacre de Tordesillas, la vergüenza que comete Europa con la falta de asilo a los refugiados sirios y, de paso, el consiguiente golpetazo moralizante a un movimiento metalero que parece estar congelando sus ansias de lucha social y vindicación de nuestra dignidad existencial. Y cuando parecía que su colaboración se limitaría al homenaje a uno de nuestros lemas metaleros más comprometidos, los barceloneses le impedían despedirse para cantar a dúo otro de los más representativos estandartes del metal patrio, el “Corazón de Heavy Metal” de los mismos Lujuria, un tema perfectamente endurecido y que, sin duda, debería estar grabado a fuego en los corazones y conciencias de todo metalero, sea ya español, estadounidense o liliputiense. Se despedían de nosotros y ponían un excelente colofón con “No Nos Van a Parar” y “Estrella Del Rock”, para poner el punto y seguido a una inolvidable noche rodeados de toneladas de ferralla patria, con las que demostrar que el metal nacional sigue más que vivo y siempre resistirá a las oleadas mercantiles de las modas alienantes. ¡Larga vida al heavy metal!
TEXTO Y REPORTAJE GRÁFICO: DANI ÁLAMO
Muy buena cronica. Bien redactada y con mucha pasión de por medio. Enhorabuena!!